DICCIONARIO
GEOGRAFICO-ESTADISTICO-HISTORICO
DE
ESPAÑA
Y SUS POSESIONES DE ULTRAMAR
TERUEL
Historia…
Esta ciudad, tanto por su situación en terreno que fue de los celtíberos lusones, como por la alusión
de los nombres, es indudablemente la famosa Turba
de la España primitiva; y así se ve que no ha versado sobre esto la divergencia
de los escritores modernos, sino sobre su origen, sobre la razón de los
acontecimientos que ocasionaron su celebridad, y por la manía de multiplicar
los nombres, no satisfaciéndoles uno solo, por el cual debiera explicarse o
corregirse cualquier otro, que sin repugnar a la aplicación del primero se
ofreciese con bastantes indicios, topográficos para adjudicarlo a la ciudad
misma. Tratándose de investigar la etimología del nombre Turba, no han faltado encarecedores del vascuence que hayan dicho
proceder de aquel idioma, interpretándolo
aguaducho, lo que sobre nuestra repugnancia en admitir estos orígenes
vascongados, supone una razón dominante, no menos dificultosa que su derivación
de las raíces que se le atribuyen. El erudito D. Miguel Cortés, con su
constante inclinación al hebreo, hallando allí las voces Thor y bat o bet, lo deduce de ellas, interpretándolo
Domus Tauri, según la costumbre
antigua de llamar a las ciudades con el nombre de Domus…
… la voz bat o bet se halla en la composición de tantos
nombres de nuestra primitiva nomenclatura geográfica, que lejos de repugnar a
la explicación hebraica, podía citarse aun en su corroboración. Lo mismo que la
voz Thor, pues, aunque por la diversidad de aplicaciones, parece menos segura
su razón o su significado, todos los objetos, cuyos nombres la ofrecen, tienen la esencial circunstancia
de la fortaleza, y el toro, que parece símbolo de esta, pudo tener por nombre
lo que no era más que adjetivo para los demás objetos. Aún se confirma esto con
las medallas celtíberas que se han hallado en los contornos de Teruel. “en las
que se ve el buey arrodillado, en ademán de recibir las divinas influencias de
la diosa Venus, representada por un lucero, con caracteres celtíberos en el
exergo, que a lo que podemos conjeturar, quieren decir: “Santo Dios Toro” (Cortés)…
La primera noticia histórica que aparece de Turba o Teruel es con motivo de la célebre guerra saguntina. D.
Miguel Cortés, a cuya profunda ilustración no cabía dudar que los turditanos de Livio eran los turbitanos; para encontrarlos igualmente
en los turboletas de Apiano,
conjetura haberse formado este nombre del de Turba y del apelativo griego leos;
pero de todos los modos es preciso suponer, que si Apiano quiso decir los del
pueblo de Turba, o los ciudadanos de
Turba, o los turbitanos, hubo de
adulterarse su expresión para que viniese a parar en un nombre compuesto, como
el de turboletas, pues no sería este
el patronímico que probablemente hubiese deducido el escritor griego del nombre
Turba, no siendo un simple derivado, sino un compuesto, preferimos suponer que
Apiano se estragó el nombre Turbitanos como
en Livio, por no escalonar las correcciones y adulteraciones.
Eran estos turbitanos vecinos
de los saguntinos, como expresa Livio, hecha la debida corrección de su texto,
sin que obste a la aplicación de esta doctrina la considerable distancia en que
se encuentran los sitios correlativos de las acrópolis de aquellas antiguas
repúblicas, cuales son Teruel y Murviedro; pues las dependencias de ambas se
extendían por vastos territorios, como era de la naturaleza de las ciudades
antiguas, y las aldeas y términos de los turbitanos,
se dilataban por todo el curso del Mijares hasta más debajo de Olba, como
expresa el Sr. Cortés, donde empezaba la Edetania,
con las posesiones de los saguntinos. El progreso de estos, no permitiéndoles
permanecer dentro de los términos que les concedían edificar su ciudad los
edetanos, ni en la dilatación que sobre la misma región les dieran, los llevó
por fin a invadir las posesiones de los turbitanos.
Esto es lo que resulta de la historia, tan distinto de la mente de Florián de
Ocampo, Mariana etc. No fueron los turbitanos
quienes se apropiaron de los terrenos disputados, sino los saguntinos; los turbitanos fueron los que los
reclamaron. Así se suscitó una empeñada cuestión de límites: eran dos
repúblicas independientes sin un poder superior que decidiese sus cuestiones, y
mientras este poder no apareció para llamar sobre ellas la atención del mundo,
quedaron oscurecidas para la historia; haciendo de ambos pueblos
irreconciliables enemigos. Se presentó por fin el árbitro de estas diferencias,
erigiéndose en tal autoridad propia, para decidirlas, según se hallase en sus
intereses, el año 220 antes de J. C. Era Sagunto ciudad reconocida por Cartago,
bajo la protección romana, en el tratado de límites. Turba perteneció por el mismo tratado a la conquista africana.
Aníbal, que se impacientaba en busca de un pretexto plausible para romper el
tratado de paz, que con la Sicilia y la Cerdeña, Roma había arrancado a su
poder en África, y que con el juramento hecho sobre las arras en Peñíscola
(V.), resolvía sin descanso en su mente la idea predominante en su familia, de
llevar la guerra a Italia, acaba de correr los países de los vacceos y veltones, y para en Turba.
Sin embargo, es bastante imparcial la historia sobre la catástrofe de
Sagunto; y aquí, donde se fraguó su principio, presenta los hechos sumamente
naturales. Aníbal aceptó la alianza de los turbitanos, y se esmeró en atizar
sus querellas: así se hallaba con ellos el promovedor de los litigios (Livio).
Hizo que una comisión de esta ciudad pasase a exponer al Senado de Cartago los
agravios que recibía de los saguntinos; y él les dio cartas, atribuyendo en
ellas la conducta de estos a los romanos, quienes decía que, suscitando
turbulencias en España, estimulaban ocultamente a los saguntinos contra las
ciudades amigas del Senado. Dispuesto a romper ya ostensiblemente con Roma,
practicó un reconocimiento sobre la parte oriental del Ebro a imitación de su padre;
y a su regreso al territorio turbitano, autorizado ya por el Senado para obrar
contra los saguntinos, según lo estimase conveniente a la república, llamó
representantes de ambas ciudades rivales; hizo que los turbitanos le expusiesen
nuevamente sus quejas, en presencia de quince legados saguntinos, erigiéndose
en árbitro. Pero los saguntinos se negaron a reconocerle este carácter,
remitiéndose a la decisión de sus aliados los romanos, como los turbitanos lo
hicieron a la de los suyos los cartagineses; y Aníbal los echó de su presencia
y campo. En la noche inmediata empezó ya a talar el territorio saguntino y a
mover las maquinas de guerra contra su ciudad. Es consiguiente que los
turbitanos, no solo no se opondrían a la ruina de esta ciudad desgraciada, como
ha creído alguno, sino que serían los primeros en acometerla al frente de su
poderoso auxiliar. Puede verse aquella desastrosa guerra en el art. Murviedro.
Cuando los saguntinos pidieron condiciones honrosas para evitar la total ruina
que llegaron a mirar de cerca, una de las que se les impuso fue la restitución
de los territorios que tenían usurpados a los turbitanos. Estos vieron por fin
colmados sus deseos con la destrucción de Sagunto; y entraron en posesión de
los territorios cuestionados, mientras aquellos de sus enemigos que habían
sobrevivido a los horrores de tan terrible guerra, eran vendidos por esclavos.
Condición tan desgraciada, poco haría de temer ya a los turbitanos de la rivalidad saguntina; mayormente en vista de lo que
había valido a esta asolada ciudad la decantada amistad romana, y que su
destructor Aníbal tramontaba los Pirineos y los Alpes en ademan de llevar igual
suerte sobre la misma Roma. Más eran otros los decretos del destino: tras años
después los Escipiones, victoriosos de los ejércitos cartagineses por toda la
España Citerior, libertan del cautiverio a los desgraciados saguntinos; les
restituyen su ciudad y sus campos; la engreída Turba es arrasada; sus vecinos vendidos en pública subasta, y sus
campos y aldeas quedan tributarios de sus antiguos émulos. Así fueron estos
vengados y puestos a cubierto de tan terribles enemigos, que, sin ello por si
solos y sin el auxilio de Aníbal, eran bastantes para haber acabado con
Sagunto, como lo expresaron los mismos legados saguntinos, al dar gracias al
Senado romano por los beneficios recibidos. Los turbitanos de las aldeas, a pesar de su condición deprimida, y tal
vez auxiliados por los cartagineses, cuando aun les mostró propicia la guerra,
volvieron a poblar su ciudad. Terminada la guerra púnica, y cuando los
españoles, dejando de alternar en causa ajena, vinieron a sostener directa y
exclusivamente la suya propia, es conocido que Turba hallaría ocasión para desechar el predominio saguntino, si ya
no lo había hecho. En el año 496 antes de J. C., fue testigo esta ciudad de una
famosa batalla ganada junto a ella por el pretor Q. Minucio Termo sobre los
celtíberos mandados por Budar y Besasides, de los cuales quedó preso el
primero, con 42.000 muertos, y completa dispersión del resto del ejército. Este
señalado suceso calmó la grande agitación que había llegado a poner a Roma la
guerra de España.
Dominada Teruel por los árabes, no consta que estos la destruyesen, como
han asegurado algunos; y cuando se erigió en Albarracín un pequeño estado
musulmán independiente, le perteneció esta ciudad. El famoso Cid Ruy Díaz… en
su segundo destierro por Alfonso VI (año 1092) después de haber tenido el apoyo
de sus correrías en la fortaleza goda de Pinacastel,
llamada después con este motivo Peña del Cid, hacia el origen del río Martin,
parece que se trasladó a Teruel al arrimo del rey de Albarracín, y a su nombre
y por cuenta de éste fue sobre Valencia. Teruel permaneció musulmana hasta el
año 1171, en que la conquistó el rey D. Alfonso II de Aragón sin mucha pérdida,
y la restauró y pobló por el mes de octubre, para ser fuerte y homenaje de la
conquista del reino de Valencia, como dice Zurita. Su feudo y honor fueron
dados como se usaba entonces a un rico-hombre de Aragón llamado Berenguer de Entenza:
el rey concedió al mismo tiempo a los pobladores el fuero de Sepúlveda. Esta
población se hizo con título de villa. Todo lo demás que se dice de su conquista
y traslación de la Villa Vieja, donde pudo existir algún vico o castillo de la
antigua ciudad, es desautorizado. En 1225 llamó el rey D. Jaime I para esta
ciudad con objeto de entrar en el reino de Valencia: citase el gran
desprendimiento con que en esta ocasión sirvió al rey D. Pascual Muñoz, que
había sido privado de don Pedro II, y era de los principales de Teruel. Este
caballero, haciendo empréstito al rey para proveer de lo necesario a la gente
de guerra por tres semanas, se ofreció en cuanto alcanzasen sus facultades y
las de sus amigos. No hicieron lo mismo todos los convocados para aquella
guerra, y en su consecuencia el rey tubo que conceder treguas al valenciano
sobre Peñíscola. La gente de armas de Teruel se halló después entre los
conquistadores de Valencia.
En 1284 D. Diego López de Haro envió a esta ciudad las banderas de un
escuadrón de castellanos a quienes venció en la comarca de Cuenca y Huete, en
cuyo encuentro murió el capitán de aquellos, Rodrigo de Sotomayor. En 1343
llegó el rey D. Pedro IV desde Valencia a Teruel: detúvose aquí algunos días:
la villa y sus aldeas le sirvieron con cierta suma para que la guerra contra el
rey de Mallorca: después, salió para Daroca. Teruel apoyó decidida la autoridad
de aquel rey contra los unionistas de Aragón y Valencia, y en premio de sus
servicios, D. Pedro le dio título y exención de ciudad en 7 de setiembre de
1347; ofreciéndole erigir en ella iglesia catedral, lo que no se efectuó hasta
el año 1577. En 1363 se puso sobre esta ciudad el rey D. Pedro de Castilla, y
se rindió a partido: el vencedor recogió entonces el pendón real y las banderas
de Castilla que estaban en la iglesia mayor de la ciudad, habiéndose ganado por
D. Diego López de Haro y los aragoneses, en batalla que hemos mencionado. El
castellano pasó adelante sobre Alfambra, Villel etc.: y esta ciudad fue
abandonada por los invasores. En 1427 reunió Cortes el rey D. Alonso V en
Teruel: fue a la sazón muy notable, la ejecución que hizo en el juez de esta
ciudad Francisco de Villanueva, que fue ahogado en las casas de ayuntamiento y
arrojado su cuerpo a la plaza; publicándose generalmente por los del pueblo,
haber sido esto en razón de que había defendido con tesón la libertad de la
ciudad D. Alonso pasó a Valencia a celebrar a celebrar también Cortes en aquel
reino. En las de Alcañiz de 1436, los procuradores de Teruel, y Albarracín y
sus comunidades, propusieron y protestaron, que consentían y admitían los
fueros, privilegios, usos y buenas costumbres del reino de Aragón, en cuanto no
perjudicasen, ni fuesen contra sus fueros, privilegios, usos y costumbres
particulares. En 1485, habiéndose presentado los inquisidores en Teruel se
opuso esta ciudad a su entrada, y hubieron de retirarse al llano de Cella;
pero, con el apoyo del rey Católico, consiguieron establecieron establecerse en
la población y ejercer libremente su oficio: solo los censos que se confiscaron
a varias familias tachadas de herejía, ascendían anualmente a cerca de 433.000
sueldos. En 1591, cuando las ocurrencias de Antonio Pérez de Zaragoza,
presentaron ocasión a Felipe II para desembarazar su autoridad sobre Aragón de
los fueros que la coartaban, el pueblo de Teruel se alborotó al recibir las
cartas del desgraciado Justicia mayor el joven Lanuza, llamando a la defensa de
las libertades patrias, se apoderó del depósito de las armas; obligó a los
regidores y otras personas principales a juntarse para resolver el socorro que
se había de dar a Zaragoza; pero todo fue sin provecho; bien al contrario, a
poco tiempo fue preciso recibir un ministro de la audiencia de Valencia, comisionado
especial para conocer del alboroto; los más comprometidos fueron ahorcados y
los otros condenados a galeras. Teruel, que con excelentes fueros y privilegios,
había encabezado una comunidad compuesta de 84 Iglesias con 30.000 almas, tuvo
mucho mucho que lamentar de aquella época, y corrió la suerte común del país en
los acontecimientos posteriores.
Durante la guerra de la Independencia contra la invasión francesa de
1808 prestó esta ciudad interesantísimos servicios a la causa nacional. En ella
se restableció la junta de Aragón en 30 de mayo de 1809.
A últimos de diciembre del mismo año llegó a la misma el general Suchet,
sin que hubiesen pisado aun los franceses su territorio, del que fue preciso
salir a aquella junta, para refugiarse en las provincias vecinas. En 7 de marzo
de 1810, D. Pedro Villacampa entró en esta ciudad, obligando al coronel Plique
a encerrarse, con la guarnición, en el seminario ya antes fortificado. También
logró coger en la venta de Malamadera un convoy francés, procedente de Daroca;
apoderándose de 4 piezas, se unos 200 hombres y de muchas municiones. La nueva
llegada de Suchet obligó a Villacampa a alejarse, por lo que no cayeron en su
poder los refugiados del seminario. En septiembre del mismo año, don José María
de Carbajal estableció grade aparato de oficinas y dependencias, por el mando
en jefe que sobre Aragón le había confiado la Regencia de Cádiz; pero hubo de
evacuar la ciudad, para que fuese nuevamente ocupada por los franceses en 30 de
octubre, quienes a la mañana siguiente alcanzaron la retaguardia de aquel, más
allá de la quebrada de Alventosa, cogiéndole 6 piezas, varios caballos y carros
de municiones. Todos los acontecimientos de Teruel en aquella época fueron así
de un interés secundario. Lo mismo ha sucedido en los trastornos civiles
posteriores; siendo de notar solo el sitio que le puso el brigadier Enna, a
fines de junio y principios de julio de 1843: fue grande la constancia con que
sufrieron sus hijos las fatigas consiguientes, y el valor con que resistieron a
las tropas sitiadoras; con esto obtuvo la ciudad para su ayuntamiento el titulo
de Excmo., de que goza, habiéndole sido otorgado en 2 de septiembre del mismo
año, con un nuevo cuartel para sus armas, cual es, en campo rojo un cañón y un
obús cruzados, con una pila de balas en su centro, como emblema del ataque
sufrido y de la victoria conseguida. Al mismo tiempo le fueron también
confirmados los títulos que de inmemorial goza de muy noble, fidelísima y vencedora.
El escudo de armas, además del cuartel expresado, ostenta un murciélago,
en memoria de la parte que tuvo esta ciudad en la conquista de Valencia; y un
toro con una estrella encima, aludiendo a la traslación de la ciudad que se ha
ideado, tal vez por lo resultivo de las medallas que dejamos mencionadas; pues
cuentan que no contentos sus moradores con la situación de Villa Vieja, fueron
guiados por una estrella que les designó el nuevo sitio para establecerse,
parándose sobre un toro.
Diccionario, Geográfico-Estadístico-Histórico
de España y sus posesiones de Ultramar.
Tomo XIV. Aragón, Teruel.
Tomo XIV. Aragón, Teruel.
Pascual
Madoz. Madrid, 1845-1850.
aun2014
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