miércoles, 9 de julio de 2014

Diccionario Madoz. Tomo XIV. Teruel 1849





PASCUAL MADOZ

DICCIONARIO
GEOGRAFICO-ESTADISTICO-HISTORICO
DE
ESPAÑA
Y SUS POSESIONES DE ULTRAMAR


TERUEL


      Historia…

      Esta ciudad, tanto por su situación en terreno que fue de los celtíberos lusones, como por la alusión de los nombres, es indudablemente la famosa Turba de la España primitiva; y así se ve que no ha versado sobre esto la divergencia de los escritores modernos, sino sobre su origen, sobre la razón de los acontecimientos que ocasionaron su celebridad, y por la manía de multiplicar los nombres, no satisfaciéndoles uno solo, por el cual debiera explicarse o corregirse cualquier otro, que sin repugnar a la aplicación del primero se ofreciese con bastantes indicios, topográficos para adjudicarlo a la ciudad misma. Tratándose de investigar la etimología del nombre Turba, no han faltado encarecedores del vascuence que hayan dicho proceder de aquel idioma, interpretándolo aguaducho, lo que sobre nuestra repugnancia en admitir estos orígenes vascongados, supone una razón dominante, no menos dificultosa que su derivación de las raíces que se le atribuyen. El erudito D. Miguel Cortés, con su constante inclinación al hebreo, hallando allí las voces Thor y bat o bet, lo deduce de ellas, interpretándolo Domus Tauri, según la costumbre antigua de llamar a las ciudades con el nombre de Domus
 
      … la voz bat o bet se halla en la composición de tantos nombres de nuestra primitiva nomenclatura geográfica, que lejos de repugnar a la explicación hebraica, podía citarse aun en su corroboración. Lo mismo que la voz Thor, pues, aunque por la diversidad de aplicaciones, parece menos segura su razón o su significado, todos los objetos, cuyos nombres  la ofrecen, tienen la esencial circunstancia de la fortaleza, y el toro, que parece símbolo de esta, pudo tener por nombre lo que no era más que adjetivo para los demás objetos. Aún se confirma esto con las medallas celtíberas que se han hallado en los contornos de Teruel. “en las que se ve el buey arrodillado, en ademán de recibir las divinas influencias de la diosa Venus, representada por un lucero, con caracteres celtíberos en el exergo, que a lo que podemos conjeturar, quieren decir: “Santo Dios Toro” (Cortés)…

      La primera noticia histórica que aparece de Turba o Teruel es con motivo de la célebre guerra saguntina. D. Miguel Cortés, a cuya profunda ilustración no cabía dudar que los turditanos de Livio eran los turbitanos; para encontrarlos igualmente en los turboletas de Apiano, conjetura haberse formado este nombre del de Turba y del apelativo griego leos; pero de todos los modos es preciso suponer, que si Apiano quiso decir los del pueblo de Turba, o los ciudadanos de Turba, o los turbitanos, hubo de adulterarse su expresión para que viniese a parar en un nombre compuesto, como el de turboletas, pues no sería este el patronímico que probablemente hubiese deducido el escritor griego del nombre Turba, no siendo un simple derivado, sino un compuesto, preferimos suponer que Apiano se estragó el nombre Turbitanos como en Livio, por no escalonar las correcciones y adulteraciones.

      Eran estos turbitanos vecinos de los saguntinos, como expresa Livio, hecha la debida corrección de su texto, sin que obste a la aplicación de esta doctrina la considerable distancia en que se encuentran los sitios correlativos de las acrópolis de aquellas antiguas repúblicas, cuales son Teruel y Murviedro; pues las dependencias de ambas se extendían por vastos territorios, como era de la naturaleza de las ciudades antiguas, y las aldeas y términos de los turbitanos, se dilataban por todo el curso del Mijares hasta más debajo de Olba, como expresa el Sr. Cortés, donde empezaba la Edetania, con las posesiones de los saguntinos. El progreso de estos, no permitiéndoles permanecer dentro de los términos que les concedían edificar su ciudad los edetanos, ni en la dilatación que sobre la misma región les dieran, los llevó por fin a invadir las posesiones de los turbitanos. Esto es lo que resulta de la historia, tan distinto de la mente de Florián de Ocampo, Mariana etc. No fueron los turbitanos quienes se apropiaron de los terrenos disputados, sino los saguntinos; los turbitanos fueron los que los reclamaron. Así se suscitó una empeñada cuestión de límites: eran dos repúblicas independientes sin un poder superior que decidiese sus cuestiones, y mientras este poder no apareció para llamar sobre ellas la atención del mundo, quedaron oscurecidas para la historia; haciendo de ambos pueblos irreconciliables enemigos. Se presentó por fin el árbitro de estas diferencias, erigiéndose en tal autoridad propia, para decidirlas, según se hallase en sus intereses, el año 220 antes de J. C. Era Sagunto ciudad reconocida por Cartago, bajo la protección romana, en el tratado de límites. Turba perteneció por el mismo tratado a la conquista africana. Aníbal, que se impacientaba en busca de un pretexto plausible para romper el tratado de paz, que con la Sicilia y la Cerdeña, Roma había arrancado a su poder en África, y que con el juramento hecho sobre las arras en Peñíscola (V.), resolvía sin descanso en su mente la idea predominante en su familia, de llevar la guerra a Italia, acaba de correr los países de los vacceos y veltones, y para en Turba.

      Sin embargo, es bastante imparcial la historia sobre la catástrofe de Sagunto; y aquí, donde se fraguó su principio, presenta los hechos sumamente naturales. Aníbal aceptó la alianza de los turbitanos, y se esmeró en atizar sus querellas: así se hallaba con ellos el promovedor de los litigios (Livio). Hizo que una comisión de esta ciudad pasase a exponer al Senado de Cartago los agravios que recibía de los saguntinos; y él les dio cartas, atribuyendo en ellas la conducta de estos a los romanos, quienes decía que, suscitando turbulencias en España, estimulaban ocultamente a los saguntinos contra las ciudades amigas del Senado. Dispuesto a romper ya ostensiblemente con Roma, practicó un reconocimiento sobre la parte oriental del Ebro a imitación de su padre; y a su regreso al territorio turbitano, autorizado ya por el Senado para obrar contra los saguntinos, según lo estimase conveniente a la república, llamó representantes de ambas ciudades rivales; hizo que los turbitanos le expusiesen nuevamente sus quejas, en presencia de quince legados saguntinos, erigiéndose en árbitro. Pero los saguntinos se negaron a reconocerle este carácter, remitiéndose a la decisión de sus aliados los romanos, como los turbitanos lo hicieron a la de los suyos los cartagineses; y Aníbal los echó de su presencia y campo. En la noche inmediata empezó ya a talar el territorio saguntino y a mover las maquinas de guerra contra su ciudad. Es consiguiente que los turbitanos, no solo no se opondrían a la ruina de esta ciudad desgraciada, como ha creído alguno, sino que serían los primeros en acometerla al frente de su poderoso auxiliar. Puede verse aquella desastrosa guerra en el art. Murviedro. Cuando los saguntinos pidieron condiciones honrosas para evitar la total ruina que llegaron a mirar de cerca, una de las que se les impuso fue la restitución de los territorios que tenían usurpados a los turbitanos. Estos vieron por fin colmados sus deseos con la destrucción de Sagunto; y entraron en posesión de los territorios cuestionados, mientras aquellos de sus enemigos que habían sobrevivido a los horrores de tan terrible guerra, eran vendidos por esclavos. Condición tan desgraciada, poco haría de temer ya a los turbitanos de la rivalidad saguntina; mayormente en vista de lo que había valido a esta asolada ciudad la decantada amistad romana, y que su destructor Aníbal tramontaba los Pirineos y los Alpes en ademan de llevar igual suerte sobre la misma Roma. Más eran otros los decretos del destino: tras años después los Escipiones, victoriosos de los ejércitos cartagineses por toda la España Citerior, libertan del cautiverio a los desgraciados saguntinos; les restituyen su ciudad y sus campos; la engreída Turba es arrasada; sus vecinos vendidos en pública subasta, y sus campos y aldeas quedan tributarios de sus antiguos émulos. Así fueron estos vengados y puestos a cubierto de tan terribles enemigos, que, sin ello por si solos y sin el auxilio de Aníbal, eran bastantes para haber acabado con Sagunto, como lo expresaron los mismos legados saguntinos, al dar gracias al Senado romano por los beneficios recibidos. Los turbitanos de las aldeas, a pesar de su condición deprimida, y tal vez auxiliados por los cartagineses, cuando aun les mostró propicia la guerra, volvieron a poblar su ciudad. Terminada la guerra púnica, y cuando los españoles, dejando de alternar en causa ajena, vinieron a sostener directa y exclusivamente la suya propia, es conocido que Turba hallaría ocasión para desechar el predominio saguntino, si ya no lo había hecho. En el año 496 antes de J. C., fue testigo esta ciudad de una famosa batalla ganada junto a ella por el pretor Q. Minucio Termo sobre los celtíberos mandados por Budar y Besasides, de los cuales quedó preso el primero, con 42.000 muertos, y completa dispersión del resto del ejército. Este señalado suceso calmó la grande agitación que había llegado a poner a Roma la guerra de España.

      Dominada Teruel por los árabes, no consta que estos la destruyesen, como han asegurado algunos; y cuando se erigió en Albarracín un pequeño estado musulmán independiente, le perteneció esta ciudad. El famoso Cid Ruy Díaz… en su segundo destierro por Alfonso VI (año 1092) después de haber tenido el apoyo de sus correrías en la fortaleza goda de Pinacastel, llamada después con este motivo Peña del Cid, hacia el origen del río Martin, parece que se trasladó a Teruel al arrimo del rey de Albarracín, y a su nombre y por cuenta de éste fue sobre Valencia. Teruel permaneció musulmana hasta el año 1171, en que la conquistó el rey D. Alfonso II de Aragón sin mucha pérdida, y la restauró y pobló por el mes de octubre, para ser fuerte y homenaje de la conquista del reino de Valencia, como dice Zurita. Su feudo y honor fueron dados como se usaba entonces a un rico-hombre de Aragón llamado Berenguer de Entenza: el rey concedió al mismo tiempo a los pobladores el fuero de Sepúlveda. Esta población se hizo con título de villa. Todo lo demás que se dice de su conquista y traslación de la Villa Vieja, donde pudo existir algún vico o castillo de la antigua ciudad, es desautorizado. En 1225 llamó el rey D. Jaime I para esta ciudad con objeto de entrar en el reino de Valencia: citase el gran desprendimiento con que en esta ocasión sirvió al rey D. Pascual Muñoz, que había sido privado de don Pedro II, y era de los principales de Teruel. Este caballero, haciendo empréstito al rey para proveer de lo necesario a la gente de guerra por tres semanas, se ofreció en cuanto alcanzasen sus facultades y las de sus amigos. No hicieron lo mismo todos los convocados para aquella guerra, y en su consecuencia el rey tubo que conceder treguas al valenciano sobre Peñíscola. La gente de armas de Teruel se halló después entre los conquistadores de Valencia.

      En 1284 D. Diego López de Haro envió a esta ciudad las banderas de un escuadrón de castellanos a quienes venció en la comarca de Cuenca y Huete, en cuyo encuentro murió el capitán de aquellos, Rodrigo de Sotomayor. En 1343 llegó el rey D. Pedro IV desde Valencia a Teruel: detúvose aquí algunos días: la villa y sus aldeas le sirvieron con cierta suma para que la guerra contra el rey de Mallorca: después, salió para Daroca. Teruel apoyó decidida la autoridad de aquel rey contra los unionistas de Aragón y Valencia, y en premio de sus servicios, D. Pedro le dio título y exención de ciudad en 7 de setiembre de 1347; ofreciéndole erigir en ella iglesia catedral, lo que no se efectuó hasta el año 1577. En 1363 se puso sobre esta ciudad el rey D. Pedro de Castilla, y se rindió a partido: el vencedor recogió entonces el pendón real y las banderas de Castilla que estaban en la iglesia mayor de la ciudad, habiéndose ganado por D. Diego López de Haro y los aragoneses, en batalla que hemos mencionado. El castellano pasó adelante sobre Alfambra, Villel etc.: y esta ciudad fue abandonada por los invasores. En 1427 reunió Cortes el rey D. Alonso V en Teruel: fue a la sazón muy notable, la ejecución que hizo en el juez de esta ciudad Francisco de Villanueva, que fue ahogado en las casas de ayuntamiento y arrojado su cuerpo a la plaza; publicándose generalmente por los del pueblo, haber sido esto en razón de que había defendido con tesón la libertad de la ciudad D. Alonso pasó a Valencia a celebrar a celebrar también Cortes en aquel reino. En las de Alcañiz de 1436, los procuradores de Teruel, y Albarracín y sus comunidades, propusieron y protestaron, que consentían y admitían los fueros, privilegios, usos y buenas costumbres del reino de Aragón, en cuanto no perjudicasen, ni fuesen contra sus fueros, privilegios, usos y costumbres particulares. En 1485, habiéndose presentado los inquisidores en Teruel se opuso esta ciudad a su entrada, y hubieron de retirarse al llano de Cella; pero, con el apoyo del rey Católico, consiguieron establecieron establecerse en la población y ejercer libremente su oficio: solo los censos que se confiscaron a varias familias tachadas de herejía, ascendían anualmente a cerca de 433.000 sueldos. En 1591, cuando las ocurrencias de Antonio Pérez de Zaragoza, presentaron ocasión a Felipe II para desembarazar su autoridad sobre Aragón de los fueros que la coartaban, el pueblo de Teruel se alborotó al recibir las cartas del desgraciado Justicia mayor el joven Lanuza, llamando a la defensa de las libertades patrias, se apoderó del depósito de las armas; obligó a los regidores y otras personas principales a juntarse para resolver el socorro que se había de dar a Zaragoza; pero todo fue sin provecho; bien al contrario, a poco tiempo fue preciso recibir un ministro de la audiencia de Valencia, comisionado especial para conocer del alboroto; los más comprometidos fueron ahorcados y los otros condenados a galeras. Teruel, que con excelentes fueros y privilegios, había encabezado una comunidad compuesta de 84 Iglesias con 30.000 almas, tuvo mucho mucho que lamentar de aquella época, y corrió la suerte común del país en los acontecimientos posteriores.

   Durante la guerra de la Independencia contra la invasión francesa de 1808 prestó esta ciudad interesantísimos servicios a la causa nacional. En ella se restableció la junta de Aragón en 30 de mayo de 1809.

      A últimos de diciembre del mismo año llegó a la misma el general Suchet, sin que hubiesen pisado aun los franceses su territorio, del que fue preciso salir a aquella junta, para refugiarse en las provincias vecinas. En 7 de marzo de 1810, D. Pedro Villacampa entró en esta ciudad, obligando al coronel Plique a encerrarse, con la guarnición, en el seminario ya antes fortificado. También logró coger en la venta de Malamadera un convoy francés, procedente de Daroca; apoderándose de 4 piezas, se unos 200 hombres y de muchas municiones. La nueva llegada de Suchet obligó a Villacampa a alejarse, por lo que no cayeron en su poder los refugiados del seminario. En septiembre del mismo año, don José María de Carbajal estableció grade aparato de oficinas y dependencias, por el mando en jefe que sobre Aragón le había confiado la Regencia de Cádiz; pero hubo de evacuar la ciudad, para que fuese nuevamente ocupada por los franceses en 30 de octubre, quienes a la mañana siguiente alcanzaron la retaguardia de aquel, más allá de la quebrada de Alventosa, cogiéndole 6 piezas, varios caballos y carros de municiones. Todos los acontecimientos de Teruel en aquella época fueron así de un interés secundario. Lo mismo ha sucedido en los trastornos civiles posteriores; siendo de notar solo el sitio que le puso el brigadier Enna, a fines de junio y principios de julio de 1843: fue grande la constancia con que sufrieron sus hijos las fatigas consiguientes, y el valor con que resistieron a las tropas sitiadoras; con esto obtuvo la ciudad para su ayuntamiento el titulo de Excmo., de que goza, habiéndole sido otorgado en 2 de septiembre del mismo año, con un nuevo cuartel para sus armas, cual es, en campo rojo un cañón y un obús cruzados, con una pila de balas en su centro, como emblema del ataque sufrido y de la victoria conseguida. Al mismo tiempo le fueron también confirmados los títulos que de inmemorial goza de muy noble, fidelísima y vencedora.
 
      El escudo de armas, además del cuartel expresado, ostenta un murciélago, en memoria de la parte que tuvo esta ciudad en la conquista de Valencia; y un toro con una estrella encima, aludiendo a la traslación de la ciudad que se ha ideado, tal vez por lo resultivo de las medallas que dejamos mencionadas; pues cuentan que no contentos sus moradores con la situación de Villa Vieja, fueron guiados por una estrella que les designó el nuevo sitio para establecerse, parándose sobre un toro.


     Diccionario, Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. 
     Tomo XIV. Aragón, Teruel. 
     Pascual Madoz. Madrid, 1845-1850.


aun2014


  

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