sábado, 30 de agosto de 2014

Sociedad Económica Turolense de Amigos del País, año 1900







SOCIEDAD ECONÓMICA TUROLENSE 
DE AMIGOS DEL PAÍS 


Lista de socios con derecho para elegir Compromisarios a la elección de un Senador 
Teruel, 1 de enero de 1900



aun2014



Máquinas de Hijo de Miguel Mateu. Valencia, años 1942 a 1950





     Máquinas de aserrar metales.
     HIJO DE MIGUEL MATEU. Valencia, 1942





     Taladros de columna de 16 y 19 milímetros.
     HIJO DE MIGUEL MATEU. Valencia, 1942





     Aparato manual para afilar herramientas.
     HIJO DE MIGUEL MATEU. Valencia, años 1940






     Taladros con motor acoplado.
     HIJO DE MIGUEL MATEU. Valencia, años 1950




    Catálogo: HIJO DE MIGUEL MATEU. Valencia, 1942 a 1950
Archivo del IES Segundo de Chomón, Teruel
(Antigua Escuela de Maestria Industrial)


Historia de la Formación Profesional en Teruel, 1929-1969
Escuela Elemental del Trabajo - Escuela de Maestría Industrial
Alfonso Utrillas Navarrete



martes, 26 de agosto de 2014

Reparación de la iglesia de San Miguel de Teruel

Vista de la iglesia de San Miguel, 1932








Reparación de la torre, 1942


Reparación de la Iglesia de San Miguel
-Regiones Devastadas. Memoria, mayo 1940-


Arquitecto: Julián Francisco Fornies. Teruel, 1940


AHPTE/aun2016







Fotografía: Alfonso Utrillas Navarrete
28/07/2016


aun2016



Un discurso (9)

   Teruel fue siempre un pueblo muy liberal. Ya en el siglo XV opuso una tenaz resistencia a la Inquisición; y esta resistencia ha sido por mí estudiada en uno de mis trabajos más logrados. En el siglo XVI pleiteó con Felipe II recabando pretendidos derechos a participar en las libertades aragonesas; en el XVIII expulsó a los jesuitas, excediéndose en la forma de realizar este lanzamiento, pues los aguaciles levantaron a los padres en plena noche, echándolos de su residencia sin permitirles llevar consigo más que sus libros de rezo y unas pastillas de chocolate. En el primer tercio del siglo XIX sufrió la ciudad las consecuencias de la reacción de Fernando VII en la persona de don Isidro de Antillón, geógrafo notable y diputado en las Cortes de Cádiz, al cual se prendió sacándole de su casa, también en plena noche y hallándose gravemente enfermo. Por último, durante la segunda Guerra Civil sufrió un ataque de las tropas carlistas, que no consiguieron quebrantar la resistencia turolense, pero que costó poco más de media docena de muertos y otros tantos heridos.

   De este hecho se conservaba viva memoria cuando yo llegué a Teruel. Se perpetuaba ésta en el escudo de la ciudad, en el que al Toro y la Estrella de su signo heráldico se le había agregado cuarteles de significado bélico (tambores, banderas, granadas...) orlando el todo con los títulos de Muy noble, Muy leal, heroica y siempre heroica Ciudad de Teruel, aunque por lo que a mí me contaron testigos presenciales. La cosa no había sido para tanto. Aún vivían en la ciudad tres o cuatro cojos con su pata de palo, reliquias de la gloriosa jornada, que se conmemoraba todos los años con una procesión cívica en la que salían a relucir chisteras despeinadas y levitas verdinegras oliendo a naftalina.

   Esta procesión era muy notable. Se formaba en el Ayuntamiento y los concurrentes se alineaban en dos filas, a derecha e izquierda de la calle. Por el centro iban espaciadamente los representantes de las corporaciones llevando coronas y en este orden salían de la Casa de la Ciudad, iban a la plaza por la calle de los Amantes, y desde la plaza se encaminaban por las calles y vericuetos en los que la lucha había tenido sus episodios más salientes. Luego se llegaba a la plaza de la Comunidad, que, naturalmente, había perdido ese nombre y se llamaba plaza de la Libertad y allí ante un monumento bastante vulgarote, se depositaban las coronas, pronunciando unas palabras más o menos dilatadas el que había sido su portador.

   Antes asistía el clero, entonándose un responso por el alma de los caídos en la gloriosa jornada, pero dieron algunos oradores en excederse verbalmente, el obligado canto a la libertad se comenzó a convertir en invectiva contra la religión y en invectivas contra el clero, y el Obispo retiró al clero de la conmemoración.

   Se armó la marimorena. Manifestaciones, silbidos y hasta pedradas contra el palacio episcopal. El Obispo marchó de la ciudad, se estableció en Gea de Albarracín y no volvió por Teruel aunque muchos se lo rogaron.

   Fue también muy notable el final de la procesión en uno de los años de la Dictadura. La Unión Patriótica, a falta de cosa mejor, había nombrado alcalde a un tonto de los de tipo impulsivo y era costumbre que la procesión, desde el monumento a los héroes de la libertad se dirigiera al Ayuntamiento, donde el alcalde, desde el balcón, pondría fin a la conmemoración con un discurso. Don Aniceto, que tal era el nombre del alcalde, aunque como tal pertenecía a la Unión Patriótica, era republicano y no se le ocurrió cosa mejor que la de rematar su férvida peroración con un ¡Viva la República!

   La Banda municipal, estacionada al pie del balcón, atacó las notas estoniles del Himno de Riego, seguida de la Marsellesa ante lo cual el gobernador civil, que era militar (¿Guardiola?), se lanzó al balcón y tiró la gorra contra el director de la banda, haciendo callar la música.

   En una de esas conmemoraciones me correspondió a mí, como miembro más joven de la Junta directiva, llevar la corona del Casino Turolense.

   Pasé toda la procesión desasosegado. No sabía qué decir al depositar la corona. Además me sentía como incapacitado para ordenar mis ideas, si las hubiera tenido, pues la corona, que ya llevaba muy cerca de tres cuartos de siglo de vigencia, pues era la misma de la primera conmemoración, estaba apolillada, y al menor revuelo del aire, sus plumas se desprendían y salían volando.

   Por fin solté mi discurso.

   Dije lo que fuera, pero la realidad es que no lo sé lo que dije. La cuestión fue que mi discurso se vio subrayado por estrepitosos silbidos y hasta me parece recordar que por el lanzamiento de algunas piedras. Salí de allí rodeado de unos cuantos amigos que acudieron a protegerme. Y recuerdo, en fin, que por la noche se presentó en mi casa el presidente del Círculo Tradicionalista para felicitarme por mi valentía.

   No se me tache de machacón, ni reiterativo: palabra de honor, no sé lo que dije.


  Memorias Turolenses, 1918-1928. Antonio Floriano Cumbreño.

 

Dignidad (8)

   Mosén Nicolás era un sacerdote gordo, coloradote y de solemne andar. Buj decía de él que cuando caminaba por el centro de la calle, lo que en Teruel era necesario hacer para esquivar la caída de los témpanos que pendían de los aleros, el orondo beneficiado parecía una manifestación pacífica.

   Como persona y como sacerdote, mosén Nicolás llevaba una vida ejemplar, haciendo además muchas caridades, a las que atendía a costa de privaciones con las pequeñas rentas que le producián unas tierricas que heredara de sus mayores.

   A causa de la contribución de estas tierras tuvo que ir a la Delegación de Hacienda, porque en una revisión ordenada por el delegado, al que los turolenses llamaban Paco "el Alcotán" por lo mucho que tenía de cernícalo, le habían subido el "líquido imponible" y quería conocer la razón.

   Se presentó en estas oficinas a la salida del coro, hora en la que pensaba que le podrían atender. Era uno de esos días crudos del feroz invierno turolense, en los que la helada de la mañana persiste hasta la helada de la tarde, que a su vez es anunciadora de la helada de la noche.

   En las oficinas a aquellas horas no había nadie más que el subalterno, que acababa de hacer un sumario barrido de los suelos y pasaba con desgana una bayeta sobre las mesas, para hacerse la ilusión de que les quitaba el polvo.

   - ¡Hombre, mosén! -exclamó el subalterno francamente sorprendido por la entrada del sacerdote-, ¿Qué le trae por aquí tan de mañana y con este frío?

   - Vengo -dijo el sacerdote- a ver si me han despachado los papeles de una reclamación que presenté hace tres meses y que me corren bastante prisa.

   - ¿Papeles de hace tres meses y con prisas? ¡Usted es muy inocente! Y luego, a estas horas. Aquí no viene nadie antes de las once, pues hasta las diez no llega el correo con los periódicos que compran los empleados para leerlos en la oficina. Solamente viene uno: el de la firma.

   - Pues ese mismo...

   - No, mosén. Ése no le sirve a usted. Ése es un señor que se ha adiestrado en imitar la firma de los compañeros y firma por todos en el pliego de la entrada.

   - Tendré pues que esperar -se resignó mosén Nicolás-; a otras horas yo no puedo venir.

   - Bueno, bueno. Pues siéntese usted ahí al lado de la estufica; que por la mañana que hace, se apetece.

   El subalterno siguió parsimoniosamente su tarea.

   - ¿Y qué hay por la catedral? -trató de iniciar una charla para amenizar la espera.

   - ¿Por la catedral? Lo de siempre. La vida de la catedral es siempre la misma: las misas, el coro...

   - Pero es buena vida. ¿Verdad? Ya sabe usted. Suele decirse "Vives como un canónigo".

   - El trabajo no mata, ésta es la verdad, pero la remuneración... No vaya usted a creer, es bastante corta.

   - Cuánto, Cuánto. Vamos a ver -invitó el hombre guiñando un ojo picarescamente.

   - Hombre. Un canónigo -comenzó a explicar sinceramente mosén Nicolás- gana tres mil pesetas...

   - ¿Al mes?

   - ¡Ca! ¡Al año! Claro es que si tiene alguna dignidad, gana algo más.

   - Pues mire usted, mosén. En la catedral pasa lo contrario que aquí. Aquí el que tiene dignidad es el que menos gana.


  Memorias Turolenses, 1918-1928. Antonio Floriano Cumbreño.



domingo, 24 de agosto de 2014

Diploma de Formación Profesional, 1950

  

Escuela Elemental de Trabajo


Diploma del título de Formación Profesional. 
Teruel, años 1950


aun2014



Ayuntamiento de El Campillo (Teruel). BOPTE, 1900







Archivo Histórico Provincial de Teruel, AHPTE 
BOPTE

Electores con derecho a tomar parte en la elección de Compromisarios para la de Senadores
El Campillo, 29 de enero de 1900
El Alcalde, Gregorio Soriano -P.S.M.- El Secretario, Florencio Pérez


aun2016



jueves, 21 de agosto de 2014

Catálogo científico y pedagógico Sogeresa




Catálogo; Material científico y pedagógico SOGERESA (fundada el año 1918) 
Sucesor: Ramón Llord. San Marcos, 43. Madrid, octubre de 1959

Intendencia de Teruel, 1809




Intendencia de Teruel, 1809


Descripción topográfica de una parte del Mapa general de España que comprende las tres Intendencias de Tarragona, Teruel y Valencia; por medio de la cual se ve demostrada la mejora que se ha proporciondo a la Intendencia de Teruel.
A B. Línea divisoria que se había establecido entre la Intendencia de Teruel y Tarragona.
B C. Línea que se había señalado entre la Intendencia de Tarragona y Valencia. 
M. Parte de la Intendencia de Tarragona que se ha de incorporado con la de Teruel; de suerte que la nueva Intendencia de Teruel es la señalada con tinta amarilla.


   Ministerio de Cultura, Archivos Estatales
Archivo General de Simancas, 1809


aun2014




miércoles, 20 de agosto de 2014

El gran libro de los Utrillas en el mundo



  

   EL GRAN LIBRO DE LOS UTRILLAS EN EL MUNDO
  
Edición bajo demanda. Certificado de registro Nº. 836.692 para A. Utrillas
por Halbert's Family Heritage. 1997






   ESCUDO DE LOS UTRILLAS. Interpretación libre y artesana trabajada en madera por A. U. N. 

Teruel en imágenes






TERUEL EN IMÁGENES


Publicación de la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja. 1980


aun2018



El Libro de Oro de Aragón




   EL LIBRO DE ORO DE ARAGÓN - Recuerdos gráficos de un siglo.
   Coleccionable de El Periódico de Aragón. Grupo Z. 1997

martes, 19 de agosto de 2014

El retablo de Albentosa (7)

   Teruel vivió tres años de auténtica francachela. Había llegado a su alcaldía Pepe Torán, un ingeniero inteligente  y entusiasta, que se propuso transformar la ciudad, aprovechando el paso de Carlos Castel, muy ligado también a Teruel, por la Dirección General de Obras Públicas. Por procedimientos no siempre administrativamente ortodoxos una verdadera riada de dinero se volcó sobre la provincia. Se hicieron evidentes las mejoras pero, al margen de éstas, fue inevitable que se cayera en el despilfarro y en la fantasía. Torán decía de buena fe que la posición geográfica de Teruel era excepcional y que podía hacerse de ella un nudo de comunicaciones, al que fueran a converger todas las vías del tráfico del oriente peninsular.

    Medio en serio y medio en broma, desarrolló esta idea en una conferencia que pronunció en el Teatro Marín, y a la que tituló nada menos que Teruel centro del Mundo, con abundancia de argumentos en los que no faltaban, como fácilmente se comprende, las paradojas y las fantasías.

    Esta conferencia la glosó don Gregorio Montesinos diciendo que su idea central era la misma que tenía su criada con respecto a su pueblo, pues afirmaba la doméstica que era muy importante, ya que se encontraba en medio de todos los pueblos que estaban a su alrededor.

    El hecho fue que se derrochó mucho dinero y entre los estrépitos del derroche fue número sensacional la celebración de unos Juegos Florales (frutales los llamó el deán) mantenidos por Ortega y Munilla; estrenándose un Himno  a Teruel, compuesto y dirigido por su autor, el propio maestro Bretón y actuando como reina la esposa de Pepe Torán, dama de singular hermosura y de prestancia auténticamente regia.

    En la corte de honor figuraban diez preciosas muchachas representando diversas regiones españolas y vestidas con los trajes tradicionales de cada una de ellas. No figuró Extremadura. Porque yo no pude consentir que me enviaran un traje de Montehemoso y me negué a que llevaran uno de la provincia de Badajoz, naturalmente.

    Para todas las fiestas se contaba en Teruel con un elemento de ideas múltiples y movilidad extraordinaria, Víctor Sola, hombre polifacético, ingeniero, autor dramático, organizador de tómbolas y de exposiciones y que tenía una habilidad para movilizar a las gentes.

   Se invitaron a los Juegos Florales a todas las personalidades de relieve, no sólo de la provincia, sino de toda la región; y entre ellos, como es natural, a los representantes en Corte; y como don Elías era senador por las Sociedades Económicas de Levante, entre las cuales estaba Teruel, acudió también al festejo.

   Estuvo en casa tres o cuatro días dando lugar a que Carlota, mi mujer, luciera sus primores culinarios y que tanto él como yo lo pasáramos estupendamente, pues salvo el tiempo que le ocupaban sus obligaciones representativas, nos dedicábamos, acompañados por el Deán, a recorrer las iglesias y monumentos, llamándome la atención sobre detalles que yo no había conseguido descubrir. Una mañana, en la iglesia del Seminario, nos dio una lección sobre el barroco, que yo no he olvidado jamás.

   Fuimos en otra ocasión a ver el "Cristo de las tres manos" que se venera en la iglesia de El Salvador. Es éste una efigie del Crucificado, que pudiera ser atribuida al siglo XV y que muestra la peculiaridad o rareza de que además de las dos manos fijas al madero, presenta otra, sin brazo, adherida a uno de sus costados. Se han lanzado muchas hipótesis sobre el particular, siendo la más corriente, aunque a mí no me convence demasiado, la de que la efigie perteneció a un grupo, una de cuyas figuras (¿San Francisco?) la tenía abrazado por el torso.

   Quiso don Elías ver la imagen de cerca y, siguiendo su costumbre, se encaramó en el altar, contemplando la escultura durante largo rato y al bajar, cuando esperábamos que nos dijera algo sobre la obra de arte, se limitó a contestar:

   - Ya he visto algo que le sienta a un Cristo mucho peor que las dos consabidas pistolas.

   - ¿Qué? -le preguntamos.

   - Esos dos ramos de flores de papel que tiene a derecha e izquierda.

   En efecto, flanqueaban la imagen dos floreros enormes con sendos ramos de papelón de lo más nefando que pueda imaginarse.

    Don Elías se dio cuenta de mi situación en Teruel. Vio los trabajos que estaba realizando en los en los archivos, las notas que tenía sobre edificios, retablos y pinturas y los descubrimientos que había realizado de nuevos nombres de artistas.

   - ¿Por qué no prepara oposiciones para salir de aquí?

  - No estoy en condiciones para hacerlas. Solamente sé de Arqueología, y ahora, como consecuencia de este trabajo, voy adquiriendo mucha práctica paleográfica; pero no creo que baste con esto.

   - Con mucho menos van otros.

   - Sí. Ya lo sé; pero unas oposiciones, desde un rincón de provincias son muy difíciles de preparar. Faltan elementos instrumentales, dirección, información y muchas cosas más.

   - De todas maneras, debiera usted intentarlo.

   Aquella noche soñé por primera vez con mi carrera universitaria, sueño que no se convirtió en realidad sino veintidós años después, a costa de trabajos y desengaños, de los que reaccionaba siempre con un ánimo y un optimismo sorprendente.

   - ¿Cómo se puede ir a Albentosa? - me preguntó don Elías.

   - En el tren hasta la estación de Mora -respondí- y desde allí por sendas (entonces no había carreteras) bordeando un monte hasta Albentosa.

   - Allí hay un retablo que me gustaría ver.

   - Pues tomamos el tren de madrugada -propuse.

   No fue necesario, pues unos amigos que iban al día siguiente a Mora se ofrecieron para llevarnos en su coche. Ellos nos dejarían en la estación de Mora continuando después hasta el pueblo y nos recogerían para regresar en la misma estación al atardecer.

   Cuando llegamos a la estación de Mora un campesino nos indicó la senda que conducía a Albentosa. Había que andar algo más de tres kilómetros, pues el camino bordeaba la falda de una montaña, tras la cual estaba el pueblo. Don Elías dando traspiés sobre los pedruscos, con las manos atrás, caminaba rápidamente. Yo llegué al pueblo molido, y después de buscar al cura, misión que me encomendaba siempre el maestro desde que era estudiante, no más entrar en la iglesia, me senté en un sillón del presbiterio, decidido a no moverme de allí ni aun por todas las pinturas cuatrocentistas que hubiera en el mundo. Hasta creo que intenté dormirme un poco; pero don Elías comenzó a charlar por los codos de la Escuela Valenciana y de la influencia de Lorenzo Zaragoza y Marzal de Saz sobre Maese Pere Nicolau, el autor del retablo de Albentosa, y como allí había algo que aprender, sacudí mi modorra y me dispuse a seguir la explicación, que interrumpió el maestro para decirme:

   - ¿Donde vamos a comer?

   - ¡Ah! pues no sé. Yo no conozco este pueblo. Se lo preguntaré al mosén.

   El cura estaba en la puerta tomando el sol y esperando que acabáramos para irse también a comer. Me indicó una casa en la que solían dar comida a los escasos forasteros que recalaban por aquel lugar; pero la mujer que me recibió se puso muy asustada ante mi pretensión asegurándome, por Dios y por todos los santos de la Corte Celestial, que en su casa no se daban, ni se habían dado nunca, comidas, y que no encontraría a nadie en el pueblo que lo hiciera.

   - ¿Pero es que aquí no hay ninguna posada?

   - Qué posada quiere usted que haya en un pueblo como éste, si aquí no viene nadie.

   Me volví a la iglesia y conté al cura lo que pasaba.

   - Espere -dijo el sacerdote-, Voy a ver si lo arreglo.

   Y volvió al poco rato diciéndome que podíamos ir a comer en aquella casa.

   - ¿Por qué se negó antes? -pregunté.

   - Porque esta mañana, al verlos a ustedes por el pueblo se corrió la voz de que habían llegado dos inspectores de Hacienda, y como aquí nadie paga contribución de hospederías, temieron que les fuera impuesta una multa si los sorprendían dando de comer a forasteros.

   Dejé en la iglesia al maestro que estaba entretenido en impacientar al cura, pues había descubierto un cuadro de ánimas en el que había unos diablos cazando almas, que sin duda merecían más penas y entre estos espíritus del mal el pintor había representado un demonio ictifálico con un realismo fiero e insolente.

   Marché a la casa para ajustar el menú. La mujer se excusó de su anterior mentira y me dijo que podía darnos perdiz estofada, pues "su hombre" había matado tres con el reclamo la tarde anterior y que cuantas queríamos
.
   - Pues ya lo sabe usted -dictaminó don Elías-. Como en Alcántara. Para dos perdices, dos.

   Y es que en Alcántara habíamos pasado por una experiencia semejante, en excursión en la que nos acompañó Moreno Villa siguiendo las huellas del Divino Morales.

   Comimos por fin, aunque un poco tarde, porque don Elías se entretuvo en ordenar sus notas sobre Pere Nicolau. Pero comimos bastante bien. Nuestra huésped resultó ser una mujer muy simpática, que se excusó como pudo de su primera negativa y al saber a lo que nos dedicábamos nos enseñó dos o tres fuentes de cerámica turolense bastante buenas y que yo me quedé con ganas de comprar.

   - ¿Vuelven ustedes a Teruel? Preguntó la mujer.

   - Sí.

   - En el tren  de la noche?

   - No. Nos esperan unos amigos con un auto en la estación de Mora. Tenemos que hacer un buen rato de camino.

   - Según por donde vayan.

   - Pues por la senda; por donde hemos venido.

   - Rodeando el monte?

   - Claro. ¿Por dónde si no?

   - ¿Y por qué no se meten ustedes por el túnel del ferrocarril minero de Ojos negros? Si rodean ustedes el monte, tardarán más de hora y media a llegar a la estación, mientras que por el túnel, estarán allá en unos diez minutos.

    - No hay peligro?

   - No, si van ustedes pronto. El tren pasa por el túnel a las tres y media, ahora son las tres menos cuarto. A las tres, aun yendo despacio, pueden estar ustedes en la entrada del túnel y a las tres y cuarto fuera; y quizá en la misma estación posiblemente antes de que el tren entre en el túnel.

   Don Elías se estaba comiendo con toda calma su tercera naranja, sin intervenir en la conversación.

   - No me atrevo -dije-, Es más seguro la vuelta por el monte, aunque tardemos hora y media.

    Por fin, mientras mondaba la cuarta naranja, y sin alzar la vista de la operación, el maestro sentenció:

   - Iremos por el túnel.

   Yo me aterré. Pagamos la cuenta, que a pesar de las perdices (y fueron tres) no subió a doce pesetas, y emprendimos la marcha. La mujer salió a la puerta de la casa para señalarnos la entrada del túnel que desde allí se veía a unos trescientos metros de distancia.

   Tímidamente aventuré;

   - Es muy tarde. ¿Por qué no vamos por la senda?

   - Ande, no me sea cobarde. Pasaremos antes de que llegue el tren. No hay que achicar el ánimo. Después de ver un retablo como el de Maese Nicolau y de comernos tres perdices como tres pavos, hay que tener más valor.

   Yo no creía que tuviera que ver lo uno con lo otro: pero eché a andar tras don Elías, que al salir al campo, comenzó a marchar muy "gerineldo", mientras que tarareaba la Cabalgata de las Walkirias.

   A ese ritmo, pensé que era muy posible que pasáramos el túnel antes de que llegara el tren. pero cuando ya estábamos a la entrada del agujero, al maestro me mandó que esperara y se fue cuesta arriba, trasponiendo unas peñas, oculto por las cuales, se encucliyó.

   - Pues sí que se le ha ocurrido la cosa con oportunidad - me lamenté-. y ya son las tres y cinco.

   Le pedí a Dios que tardara y así podría quizá convencerle de que fuéramos por la senda que arrancaba, precisamente, en aquel mismo lugar, pero regresó pronto animándome:

   - ¡Hale! ¡Adentro!

   - ¿Por que no esperamos a que pase el tren? -propuse francamente acobardado.

   - Porque después -me explico don Elías- en menos de una hora no podríamos entrar en el túnel a causa del humo.

   Comenzó a avanzar dentro del túnel, de traviesa a traviesa, a grandes zancadas y sin dejar de hablar. Me fue enumerando todos los túneles que había atravesado, con pelos y señales, con las fechas de su construcción y, para animarme, hasta me relató las catástrofes que en alguno de ellos habían ocurrido.

   - Ande, don Elías. No pare.

   - No; si no me paro. Es que aquí falta una traviesa.

   El orificio de la salida parecía agrandarse conforme avanzábamos, y la luz del exterior hacía brillar la superficie pulimentada de los rieles. Empezaba yo ya a respirar más tranquilo cuando sentimos el estrépito del tren que se acercaba. Echamos a correr hacia el ensanchamiento de la boca del túnel y apenas si tuvimos el tiempo de aplastarnos contra el muro. Cuando el tren desapareció, don Elías estaba arrimado a la pared, desternillándose de risa. Yo casi no podía moverme del susto. Me recobré al fin y a buen paso comencé a remontar la cuesta que se iniciaba en la boca del túnel.

   - ¿A dónde va usted? -me preguntó el maestro.

   - A hacer a la salida del túnel lo mismo que usted hizo a la entrada, pero con más urgencia -respondí.

   Al regresar, me encontré a don Elías sentado en una peña, comiéndose la quinta naranja, que había sustraído sin duda del frutero de nuestro huésped.
   

Memorias Turolenses, 1918-1928. Antonio Floriano Cumbreño.


 
Nota de Turoliense: El retablo gótico de la Virgen de los Ángeles, obra atribuida a Pere Nicolau en el siglo XV, fue desmontado en 1936 y desapareció.



aun2014



lunes, 18 de agosto de 2014

España monumental, imágenes


Catedral de Barcelona

Catedral de Burgos

Catedral de Burgos

Monasterio de Guadalupe (Cadiz)

Monasterio de Guadalupe (Cadiz)

Granada, patio de los Leones

Alhambra de Granada

Alhambra de Granada

Catedral de Siguenza (Granada)

Guadarajara, palacio del Infantado

Catedral de León

Colegio San Idelfonso, Alcalá de Henares (Madrid)

Monasterio del Escorial (Madrid)

Monasterio del Escorial (Madrid)

Monasterio del Escorial (Madrid)

Palacio Real (Madrid)

Palacio Real (Madrid)

Catedral de Oviedo

Catedral de Palencia

Catedral Ciudad Rodrigo (Salamanca)

Catedral de Segovia

Alcazar, Sevilla

Catedral de Sevilla

Torre del Oro (Sevilla)

Tarragona, monasterio de Poblet

Monasterio Santas Creus, Tarragona

Casa del Greco, Toledo

Catedral de Toledo

Iglesia de San Pablo, Valladoliz

Basilica del Pilar, Zaragoza

EL ARTE EN ESPAÑA
 
Catálogo de Alfonso XIII. 
Gran Enciclopedia de la Historia de España  
Revista: TIEMPO. Vol. 17 y 18