En un pobladico cercano a Teruel capital, y no podía ser otro que El
Campillo, de escasos pero activos habitantes (dice la leyenda urbana que cuando
el primer astronauta norteamericano pisó la Luna ya lo recibió, estando
establecido un tal Vicente Martínez, natural de El Campillo) que se hallan dispersos
por todas las comunidades de la península como si se tratara de un gran pueblo Bíblico de los cuales se dice además, que llegaron en sus tratados (léase tratos) a todos los lugares del mundo conocido, había un pastorcico,
asalariado de corta o menguada paga (más bien tardía que temprana) de un tío
segundo o tercero de la rama familiar, erasé este tío, un señor adelantado de América
(indiano, creo les decían) y prepotente en el pueblo.
El muchacho, como digo, en sus largas horas y días de soledad en los
campos, discurrió una medida del tiempo, que en sesudas y pacientes experiencias
había ido desarrollado.
Sin más estudios ni ciencia que su despierta inquietud o quietud en la
placentera observación del transcurrir de los días y de los meses. En
definitiva, del aspecto anual del tiempo y de la época, fue planificando en el
suelo o mejor dicho en el suelo de varios lugares por los que pastoreaba y alrededor
de algunos árboles altos, un semicírculo de este a oeste marcando con algún signo sobre piedras
de canto incrustadas en el terreno las horas del día. Tomando como eje el sol
arriba, sobre su cabeza como la hora central (las doce del mediodía) la salida antes, y
luego la puesta del Sol.
Como es natural de una estación a otra la cosa cambiaba, pero ya la rectificaba con el advenimiento de los años y del fruto de su continua experiencia.
Como es natural de una estación a otra la cosa cambiaba, pero ya la rectificaba con el advenimiento de los años y del fruto de su continua experiencia.
Finalmente, en su otoñada, no necesitaba más que clavar su garrote de
pastor en cualquier lugar en un día que el astro Sol luciera, para saber por el
ángulo de la sombra proyectada, la hora exacta.
Por cierto, los descendientes de su "amo" -¡cómo no! podían consultar en
esa época la hora, fuese con Sol o nublado en sus modernos relojes de bolsillo; eso
sí, debían de acordarse cada 24 horas de
darle “cuerda” a la corona de la cajica mecánica y plateada que ostentosamente llevaban
enlazada con cadenica del ojal del chaleco a su siempre y eterno “cerrado” bolsillo.
El reloj de bolsillo de la imagen, en efecto, no es de la época del cuento, sin embargo bien pudiera ser de un nieto o biznieto de aquel pastorcico, él indudablemente no lo necesitaba.
Alfonso Utrillas Navarrete, 2014
aun2014
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