martes, 24 de junio de 2014

Teruel, síntesis histórica



Teruel, Síntesis Histórica



Todo parece indicar que los remotos orígenes de Teruel son ibéricos, abonando más y más esta hipótesis los frecuentes e importantes descubrimientos que modernamente se han llevado a cabo en las comarcas turolenses.

Por cierto que ya entonces se le atribuían monedas con el toro y la estrella, representación o símbolo que, como se verá, vuelve a aparecer a lo largo de la vida de la población. Es más: hay quien relaciona el nombre de Turba, que entonces tenía la ciudad, con las palabras hebreas Thor y bat, que corresponden  a las latinas Domus tauri, las cuales, a su vez, se relacionan con las castellanas Casa del Toro.

Pero, dejando aparte estas hipótesis basadas sobre el resbaladizo terreno de las etimologías, es lo cierto que Turba, capital de la extensa comarca de los turboletas o turdetanos, hubo de resultar rival de otra ciudad ilustre, Sagunto, de lo que se originaron colisiones. Y mientras Sagunto era aliada de Roma, Turba lo fue de Cartago..., lo cual acarreó la destrucción de cada una de ellas por el aliado de la otra. Turba, pues, fue desmantelada, mientras sus habitantes fueron vendidos como esclavos.

Sin embargo, la ciudad, como el Ave Fénix, renació de sus cenizas. Y se cuenta que, al ser reedificada, se encontró entre sus cimientos una figura de toro que, con una estrella, adoptaron los vecinos por armas en campo rojo, dando a la renacida ciudad el nombre de Torbel.

Julio César la hizo municipio o colonia romana, con el nombre de Turia Julia.

Con los musulmanes, fue una de sus fortalezas, perteneciendo a diversos señores o monarcas.

Y así llegó el año 1171. Las huestes cristianas, poco a poco, iban barriendo a la morisma. El rey de Aragón, con sus huestes, llegó a las proximidades de Teruel, que ya se llamaba así, aunque no estaba situada en el mismo sitio, sino a cierta distancia. El monarca, sin embargo, no se decidía al ataque. Y no se decidía por parecerle dificultosa la operación y considerar que más le valía, para su honra, estar quedo que aventurarse en una empresa y tener que dejarla una vez iniciada. Sancho Sánchez Muñoz, Blasco Garcés de Marsilla y otros varones de sus mesnadas le pidieron entonces, que les permitiese obrar por su cuenta propia, concediéndoles, en cambio, determinados privilegios. Y díjoles el rey: "Si tal cosa queredes facer, fa cedla por vos, pero no por mí ni en mi nombre, pues no quiero que me sea vergüenza comenzar una obra y no darle cabo". Entonces los caballeros comenzaron a tantear el terreno para  la mejor realización de la empresa. Y los adalides y más sabidores, subiendo sobre la colina en que ahora se asienta Teruel, encontraron un toro muy hermoso, sobre el que lucía una estrella no menos hermosa. Y el toro, al verles, comenzó a bramar, lo cual lo interpretaron como evidente señal de que allí había de apoyarse la reconquista y allí había de establecerse la nueva ciudad. Así, pues, comenzaron a edificar la villa, con sudor y con sangre, pues al mismo tiempo colocaban las piedras y combatían a los moros.

Una vez dominada la situación, la comunidad de Teruel gozó desde un principio de gran libertad, extendiendo su jurisdicción sobre ochenta y cuatro lugares. En Teruel no regían las leyes aragonesas ni la autoridad del Justicia, sino un juez particular que reunía el poder criminal y civil, hasta el punto de que sólo en períodos revueltos podían los reyes, previa aprobación del país, enviar justicias o comisarios. Esto, ciertamente, explica gran parte del tono dominante en la Historia turolense de siglos posteriores.

Aparte de las contiendas entre los Muñoz y los Marsilla, que no son características, pues se dan en tantas ciudades españolas y no españolas, es de observar un celo por aquellas prerrogativas, que se echa de ver en muchos episodios, como el del Juez Francisco Villanueva, que protestó enérgicamente contra unas medidas de Alfonso, el Magnánimo, y a quién éste hizo ahogar en la misma casa de la ciudad y tubo expuesto, cadaver, durante todo un día en la plaza pública; como el de la resistencia a recibir la Inquisición; como el defender -en esto, igual que Zaragoza- la causa de Antonio Pérez y del Justicia Lanuza.

En tiempos posteriores y más recientes, la Historia de Teruel sigue, con los naturales matices, el ritmo de la Historia general hispana, hasta llegar al momento culminante de que se hablará en capítulo aparte. El presente termina ya con unas líneas biográficas.

Entre los hijos ilustres de Teruel -espuma y granazón de su Historia- citaremos a Francés de Aranda, consejero de los reyes de Aragón Don Juan I y Don Martín el Humano, que representó al reino aragonés en el Parlamento de Caspe, y a quien la ciudad nativa le erigió un monumento; Gil Sánchez Muñoz, que con el nombre de Clemente VIII sucedió al antipapa Benedicto XIII, y que, renunciando a la tiara pontificia, solucionó el enojosísimo pleito que preocupaba a la cristiandad; Jerónimo Ripalda, virtuoso y sabio jesuita, que falleció en el siglo XVII, habiendo dejado, entre otras obras, el Catecismo conocido por el apellido autor y que todavía se reimprime; Juan Yagüe de Salas, poeta en quien concurre la circunstancia de ser el primero que dio forma literaria a la historia de los Amantes de Teruel; Juan Martínez de Salafranca, nacido en 1677, fundador del Diario de los Literatos, considerando como el primer periódico que se publicó en España, etcétera.


Autor anónimo
Recogido por: Alfonso Utrillas Navarrete


aun2014



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