Hacía tan sólo un mes
que Salustiano Mochales
hallábase incorporado
a un regimiento de infantes
en Zaragoza. Y sentía
una añoranza envidiable
de su pueblo y de la novia
que se quedó en Carrascales.
Y tanta era su nostalgia,
que no pasaba una tarde
sin ir a esperar los coches
que llegaban siempre a pares,
transportando los viajeros
que querían trasladarse
de Teruel a Zaragoza
o al revés, por si al socaire
de este trasiego de gentes,
alguno de Carrascales
venía an los autobuses
y de este modo informarse
de los aires que corrían
por el pueblo.
Y una tarde
tuvo suerte, pues llegó
sin esperarlo, el alcalde
al que, sin pensarlo mucho,
pidió el amigo Mochales
un permiso de tres días
para irse a Carrascales
a visitar la familia
y a su novia, que en el trance
suspiraba ansiosamente
para que lo licenciasen.
-Pero ¡leñe!, Salustiano,
¿no sabes -dijo el alcalde-
que el permiso has de pedilo
en el cuartel?... Al istante
te lo dará el general
u alguno de los que mande,
pues casi nunca lo niegan
si se pide con modales.
Y menos a tú, qu'es pa ite
a ver a los familiares.
que es justo, dimpués de un mes
que hace ya que te marchastes
del pueblo a la "meli"...
-Entonces,
¿no es cosa de los alcaldes?
-¡Claro que nó Salustiano!
Paice mentira, tan grande
y tan cortico...Tú, ¡mira!
Vas cuando mejor te cuadre
al capitán u al sargento,
u al que tengas a tu alcance,
y le pides el permiso.
Si t'íce que sí, no cale
que hagas ya miaja. Te cojes
el tren y a los Carrascales,
u el auto, si te acomoda
hacer en auto el viaje...
Y al día siguiente sábado,
fué Salustiano Mochales
a solicitar permiso
para poder ausentarse,
siguiendo las instrucciones
que le dió el señor alcalde.
Y asomándose al despacho,
llamando con golpes suaves
le preguntó al oficial
con respeto, tras cuadrarse:
-¿Me da usté permiso?...
¡Sí!
-Entonces, pues, ¡hasta el martes!...
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