Historia
del Arte Mudéjar
Dorada
por el sol de los siglos, aromada por el maravilloso perfume de la Leyenda, dormida
entre los suaves rumores de su Historia, la vieja ciudad de Teruel, florece en
el encanto de sus torres mudéjares. Y estas torres, magnífica apoteosis del
ladrillo, triunfo del humilde material, que siendo polvo en su principio,
brilla con resplandores de gemas en los gráciles alicatados, pregonan la gloria
del arte aragonés, más característico.
Teruel,
es humilde y pobre como su suelo, como su gente atormentada por las nieves y
vientos de su gélido invierno, pero en el fondo de su alma martirizada por el frió,
guarda el fuego sagrado de su gran corazón. Por eso sus torres, vienen a ser el
símbolo de la histórica ciudad: humildes y pobres en su material, ricas y
bellísimas en su arte, que como toda manifestación estética, es la
cristalización de los sentimientos del pueblo donde nace.
La
floración artística de Teruel, brota de la masa popular, de aquí que esté
impregnada de carácter moro, pero esta característica que se extiende por todo
nuestro suelo, no se manifiesta en la misma forma, en todas las regiones de
España y así mientras un viaje al monasterio de Guadalupe, representa según la
frase de Bertaux, una excursión a Oriente y en Castilla, las aportaciones
árabes, aparecen cubiertas por el aura astática del Romancero, Aragón recoge
estas dos tendencias y fundiéndolas, origina un arte típico, esmaltado con la
gracia de sus azulejos decorativos.
El
solar aragonés, está sembrado de monumentos mudéjares facetados como joyeles,
en los que plasmaron sus alarifes el entusiasmo divino de su arte y no
contentos con cubrir sus pueblos, con las ricas modalidades estéticas que ellos
crearon, pasan a Guadalajara y Segovia, donde embrujan con su genio artístico, castillos
y monasterios, los dos factores que tejen los tapices de nuestra Historia, durante
la Edad Media española.
Una
variedad de obras de arte mudéjares, nos la ofrece Segovia, donde este estilo, adquiere
un alto grado de fastuosidad y belleza, en el reinado de aquel discutidísimo
monarca que se llamó Enrique IV de Castilla. Pues bien, en las más importantes manifestaciones
mudéjares segovianas, cubierto de lacerias moras y motivos florales góticos,
matizado del oro, azul y púrpura de los regios camarines, aparece lleno de misterio
el nombre de Xadel Alcalde, artista mudéjar, que debió proceder de la aljama
aragonesa.
He
aquí pues, la gran importancia que Aragón tiene dentro de ese arte tan español,
tan nuestro y sin embargo tan poco estudiado, a quien Amador de los Ríos, dio el
nombre de estilo mudéjar.
Con la derrota de las huestes de Rodrigo, se derrumba el poderío visigodo y un nuevo factor, interviene en el arte y en la vida social española: el árabe. Cuando los árabes llegan a España, Europa pasa un periodo de atonía artística, los nuevos invasores, al ocupar nuestro suelo, no habían definido aún su arte, por ello, el monumento hispano-árabe más admirable de nuestra península, la maravillosa Mezquita de Córdoba, hay que considerarle como algo netamente español.
Abderrahman
III, en el siglo X, logra independizarse de los califas de Damasco y entonces
tiene lugar el momento más interesante de la Historia española, porque el
Califato oriental se encontraba en decadencia el Occidente europeo seguía dominado
por los bárbaros, únicamente Bizancio y Córdoba, extendían por el mundo la luz
de su cultura.
En
Córdoba, el arte árabe florece como en su tierra de origen y fija las normas por
las que han de regirse las manifestaciones artísticas árabes orientales. En la misma
época que la sin par Mezquita, se alza el palacio de Medina Azahra, como un alcázar
de las Mil y una noches, magníficas ruinas que señalan el enorme desarrollo del
arte califal.
Caído
el Califato de Córdoba y formados los reinos de Taifas, el arte árabe español,
sigue su marcha ascensional y uniendo con la mezquita toledana del Cristo de la
Luz, el arte árabe español del Sur con el del Norte, despliega su riqueza
extraordinaria en el palacio bárbaramente destrozado de la Aljaferia de
Zaragoza, logrado entre un verdadero barroquismo ornamental.
A
partir de este momento, el arte árabe en España, manifiesta una decoración más dulce
y pasando por la interesantísima fábrica de Santa María la Blanca de Toledo, se
llega a los ensueños granadinos, donde se labran la Alhambra y el Generalife,
maravillosos alcázares forjados por la fantástica imaginación oriental, con
todos los colores del iris, entre la molicie y el lujo de la dinastía nazarita.
Una
vez esmaltado nuestro suelo, con su extraordinaria riqueza, las manifestaciones
artísticas hispano-árabes, extienden su radio de acción fuera de la Península y
saltando el estrecho de Gibraltar, alzan en el Norte de África, la Kutubia y
Marrakex y la torre de Hasan en Rabat, que con la Giralda de Sevilla, pregonan
la soberana belleza de sus alminares.
Este
arte admirable, en el que se despliega una fantasía casi inagotable,
necesariamente tenía que influir en el arte español. Cumpliéndose la ley
inmutable de que el vencido influye siempre en el vencedor, los árabes toman
para sí, elementos como el arco de herradura que en España aparece siglos antes
de la invasión árabe, para entregarle más tarde, matizado de sutilezas moriscas.
Después,
cuando la dominación islamita decae y la exuberante policromía de su civilización,
va apagando sus oros ante el glorioso empuje de la Reconquista española,
cautivos moros que se desarrollaron en un ambiente de cultura más inmenso que
el nuestro, aplican con celo exquisito su labor de magos, a las obras
cristianas, donde ambos estilos se aúnan creando un arte nuevo: el mudéjar. Y
ya no es la Mezquita de Córdoba, ni el Generalife granadino, ni el Alcázar de
Sevilla, es el carácter general de nuestros pueblos y ciudades, son nuestras
costumbres, nuestras pasiones saturadas de matices orientales, las huertas
levantinas regadas con acequias moriscas, la música, los patios, las rejas, los
jardines...
El
arte mudéjar, nace de la convivencia de dos modalidades artísticas: la
cristiana y la árabe. El arte cristiano, es la cristalización del sentimiento,
es una oración hecha en piedra, callada y misteriosa en el románico, esmaltada
de luz y de color, en el gótico. En cambio el arte árabe, es la antítesis del
cristiano: el Koran promete a los creyentes, un Paraíso gemado de palacios y
jardines, alegrado por la eterna música del agua y sonrisas de mujer. El Ideal cristiano,
mira al cielo, es algo abstracto: el alma; el Ideal árabe, tiende su mirada al mundo,
un mundo sobrenatural, pero mundo al fin, es algo concreto: el cuerpo. Estos dos
elementos; alma cristiana y cuerpo árabe, organizan el arte mudéjar y así acaso
tiene España un arte netamente nacional, es este mismo arte mudéjar. El
monumento-tipo más grandioso de este género, es el monasterio de Guadalupe en
Cáceres.
Esta
joya arquitectónica, ejemplar sin segundo en el mundo, muestra todas las características
de un mudejar mahometanizado, es decir, de un arte cristiano, infiltrado con
toda la mayor intensidad posible del arte moro. El empleo de la mampostería combinada
con el ladrillo, sus arcos apuntados y con lóbulos, los primeros, producto de la
fusión del arco ojival con el túmido, los segundos, como un reflejo del arte
califal; la disposición de su gran claustro, limitado en arcos con alburas de
alquicel, su originalísimo templete cubierto de lacerias, el canto monótono y sensual
del agua como los ritmos de la música árabe, da la sensación de que ha sido
transportado al Occidente, el patio de abluciones de una mezquita. Y ya no es
el detalle de los pilares octógonos, de sus arcos encuadrados en alfiz, de los
materiales constructivos, de la técnica de sus arcadas, es la disposición
general del monasterio, sus masas armónicamente desordenadas, el alma mora que
gime cautiva, entre los salmos del cristianismo, que si pudo vencerla, no fue
capaz de destruirla en absoluto, porque quedó arraigada en el fondo íntimo del
sentimiento nacional.
Hermano
de sangre en el estilo, es el monasterio de Santa María del Parral en Segovia,
pero si bien en Guadalupe, la tendencia árabe, brilla con toda la grandeza que
le fue posible, en Segovia, esa tendencia, se muestra tímidamente, como
asustada del ascetismo castellano. El mayor desarrollo del mudéjar segoviano,
triunfa en los admirables tejaroces del cenobio de San Antonio el Real y buen
número de palacios nobiliarios, verdaderos encajes de ladrillo, pulidos y finos
como una joya, que culminan en los orfebrados castillos de Coca y Castilnovo,
la más espléndida floración mudéjar, que con las cornisas estalactíticas de
Manzanares el Real, Benavente y Montbletrand, palacios del Infantado en
Guadalajara y el de Tordesillas, Catedral y Monasterio de San Juan de los
Reyes, en Toledo y mil más que sería casi imposible enumerar, suenan como
cantares de gesta en la tierra española, relicario insigne del Arte y de la
Historia.
El
arte mudéjar, que desde el siglo XIII, comienza a extender sus galas en España con
el llamado románico-mudejar y que llega a su mayor gloria en el siglo XV,
durante los reinados de Juan II y Enrique IV, continúa en el ciclo admirable de
los Reyes Católicos. Los artistas extranjeros, alemanes y flamencos, que vienen
a nuestro suelo, se muestran influidos por su tenaz personalidad y así vemos
que el estilo Isabel y el estilo Cisneros, en pleno siglo XVI, cuando alborea
en España, la sonrisa pagana del Renacimiento, no son más que un arte
gótico-renacentista-arabizado, que Egas y Guas cincelan con su genial artístico,
entre temas ojivales y dulces nostalgias moriscas.
Puede
calcularse, la importancia que tuvo el factor mudéjar en España, al considerar,
que la Iglesia, tan poderosa en aquel tiempo, siente la necesidad de crear el
rito mudéjar, matizado de principios evangélicos y preceptos del Koran y los
sacerdotes, tienen que traducir al árabe, las sagradas escrituras y los textos
litúrgicos, para que los pudieran entender, todos los fieles.
Sobre
el bello carácter medieval, que preside la histórica ciudad de Teruel, sutil
poema que llena de encanto sus viejos rincones, se alzan como obras de
fantásticos orfebres moros, la gentil gallardía de sus torres mudéjares. Muchas
debieron ser, las que destrozadas por el tiempo y lo que es más triste aún, por
los errores de los hombres, dieron al tesoro artístico aragonés, su más alto
valor emocional. La torre, de la Catedral, fue tan torpemente reformada en
siglos posteriores a su construcción, que apenas guarda restos de su
mudejarismo primitivo; igual suerte siguieron, las de San Pedro y la Merced,
fatalmente mutiladas; pero estas pérdidas, están hoy magníficamente
compensadas, al surgir sobre el caserío de la ciudad, los bellísimos
campanarios de San Martin y el Salvador, donde Teruel juntamente con Paterna,
continúa la tradición artística califal, desarrollando industrias florecientes
como la alfarería artística, en tonos verdes y morados, para aplicarla a sus
admirables construcciones.
Las
torres del Salvador y de San Martin, de anáfoga disposición arquitectónica y decorativa,
cargan sus gráciles fábricas sobre un arco, saturadas de un intenso sabor árabe,
que se manifiesta principalmente en sus detalles ornamentales.
Maravilloso
es el paño de sebca, que decora el primer cuerpo de la torre del Salvador, como
un tapiz de mocárabes, arrancado de un alcázar nazarita, el tablero de lazo,
donde las estrellas geométricas lanzan sus destellos vítreos, sus temas
estriados como en el fastuoso castillo de los Fonseca de Coca, cerca de
Segovia, y sus adornos en espiga, que dan bellos contrastes de luz y de sombra,
florecen luego en las finísimas ventanas geminadas, con festón de arcos
diminutos, como una blonda de la fantasía árabe. Todo muy andaluz, muy
cordobés, el alma del Califato español, nuestra más pura grandeza, resucitada
en el férreo solar aragonés por el magnífico arte de los alarifes, quedo
latente en estas torres, cubiertas de verdaderos atauriques y alicatados, que
juntamente con sus azulejos ornamentales, esmaltan todo el monumento y son la
mayor gloria, del arte mudéjar
de Teruel.
Una
delicada corona de almenas decoradas, remata estas torres sin rival en el mundo
y que dan un aspecto característico, a la histórica ciudad de los Amantes,
donde el odio de razas, se funde amorosamente, al eterno conjuro del Arte
.
.
El
mudejarismo español, pasa también a engalanar con sus manifestaciones
artísticas, las artes industriales de nuestro suelo y así vemos, como una de
ellas, la carpintería, recoge la influencia árabe, en el artesonado.
Derivadas
del arte mahometano, aparece en España, una serie de cubiertas de madera,
decoradas con una brillante policromía, que es fruto del arte árabe, sometido al
cristiano.
Verdaderamente
grandiosa, es la variedad de techumbres mudéjares en España: los maravillosos
artesonados, que se guardan en infinitos castillos, paladios y monasterios de
Sevilla, Valencia, Sigena, Guadalajara, Silos, Toledo y Segovia, dan clara
idea, del enorme esplendor que adquirió, la carpintería a lo blanco, en donde
los alarifes moros, dejaron para pasmo de las generaciones posteriores, su
geometría decorativa, que siendo de carácter árabe, habría de ser,
esencialmente estilista.
Magníficas
muestras de techumbres mudéjares, nos presenta Aragón: Santa María de Maluenda,
con su extraordinaria ornamentación; la Aljaferia de Zaragoza, que dentro de su
ruina artística, pudo salvar sus complicados techos: el castillo de Alcañiz...
El
arte mudéjar, que con tanta riqueza cristaliza en los monumentos
arquitectónicos de Teruel necesariamente tenía que manifestarse también, en los
artesonados de sus palacios y templos y así existió en la Judería turolense,
una preciosa techumbre del siglo XV, completamente mudéjar, con magnificas
pinturas de la flora estilizada árabe, ejecutadas al temple. Esta cubierta
desapareció, causando un daño irreparable, al tesoro artístico aragonés.
Afortunadamente,
Teruel guarda el grandioso artesonado oculto en su Catedral. Lamperez, Byne,
Stapley y sobre todo, del Paño, reconocen la gran importancia de esta
techumbre, legítimo orgullo de la vieja ciudad.
La
cubierta de la Catedral de Teruel, es de par y nudillo; decorativamente, de plan
gótico y mudéjar en la parte ornamental. Por los escudos que aparecen en dos de
sus plafones, debió construirse, bajo el mando episcopal, de Don Arnaldo y Don
Sancho de Peralta, que de 1.248 a 1.272, gobiernan la diócesis de Zaragoza, a
la cual pertenecía, el Arcedianato de Teruel. Sin embargo, su pintura data del
siglo XIV, porque según prueba documental, se pagó en 1.335 cierta cantidad a
Domingo Peñaflor, por haber policromado la techumbre.
Todo
este artesonado, parece ser un homenaje al pueblo, de donde procede su gran
valor documental: sus fiestas y torneos, las artes y oficios de la ciudad, sus creencias,
sus reyes y sus santos, están representados en su polícroma decoración pictórica,
que aparece ennoblecida por los blasones heráldicos y matizada por las
estilizaciones de la flora y fauna árabes. Todos estos detalles ornamentales,
hacen de esta obra, un verdadero museo de etnografía e indumentaria y con los
grandes valores espirituales, simbolizados en sus plafones, forman el admirable
mosaico de la vida turolense, en este interesantísimo periodo de la Edad Media
aragonesa.
Sobre
el áureo fondo de su historia, se alzan las torres mudéjares de Teruel, como plegarias
de fe al Dios único, a la vez cristiano y árabe, mientras brota del alma del
pueblo, como un canto consagrado a la tierra-madre, las viriles estrofas de la
Jota.
Texto: Emilio
García. Toledo, 1933
Revista Arte y Letras
turoliense.aun2020
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