Los Prochinos de Teruel
La ciudad en los años sesenta tenía un aire casi de bella durmiente del bosque franquista: nada pasaba y cuando algo sucedía, el policía de la Brigada Social lo tenía todo controlado. Las gentes paseaban poco, y escasamente se salía más allá del entorno ciudadano. En la Biblioteca Municipal el veterano Caruana repasaba legajos ensombrecidos por la patina, el tiempo y el aburrimiento. El joven Novella —que ya entonces tenía más de cien años y la vitalidad de un gnomo del bosque— intentaba renovar la cerámica turolense ante la mirada aburrida de sus paisanos que siempre acababan murmurando «...que este Angel es un bohemio». Teruel, en aquellos años era el perfecto símbolo de aquello que el «demócrata» converso señor Fraga se había inventado: «veinticinco años de Paz» ...de todos los comentarios en que este país se había convertido.
Pero
poco a poco el mundo —y hasta Teruel— comenzó a moverse. Praga y París son
símbolos de un año en que la luz y el aire estuvo a punto de dominar el mundo
contra la voluntad de los dogmáticos de ambos bloques dominantes: los rusos
acallaron las voces de los jóvenes checos, y los yankis, através del General De
Gaulle, acallaron las de los jóvenes airados de París. Y Fraga, el genio de la
estrategia del porrazo y tente tieso, acabó con las mínimas libertades
ciudadanas alcanzadas en este país tras más de veinticinco años de
paz-represión franquista Y nosotros, en Teruel, sin saberlo, hasta que alguien
nos miró soterradamente y señalándonos con el dedo nos dijo:
—He
ahí a los prochinos.
Y
al Eloy, que siempre ha tenido cara de Mao, se le transformó el pensamiento
costista en el libro rojo ese que siempre movían los guardias de idem. —¡Qué
vergüenza! —murmuró indignada la tendera de la esquina—. ¡Pro chinos!
Y
aquella mañana se me negó vender la botella de leche cotidiana. Era como mentar
la bicha y por eso durante varios días los pro chinos de la localidad decidimos
refugiarnos en la comuna de cien mil maoístas escondidos en la Sierra de Albarracín
dispuestos para el asalto final.
Con
la llegada del verano las cosas en Teruel cambian. Todo se hace más luminoso,
ya hasta los cien mil chinos de derriten con las calores estivales, desapareciendo
totalmente del panorama. Por ello, cuando el «social» de la localidad anduvo
tras de nuestras huellas para detener él solo a las huestes maoístas, se
encontró que todo lo que teníamos en nuestras manos era una parrilla y unos
cuantos kilos de carne preparada para ser asada a la parrilla. Los fantasmas no
estaban en casa, aunque si quedarán para siempre en las fichas de la Dirección
General de Inseguridad Ciudadana entonces establecida por el Gobierno y no por
particulares.
Los años pasan, Caruana ha abandonado la Casa de la
Cultura de Teruel, Novella sigue pito que pito y hoy, que ya podía haber
prochinos en la ciudad, lo único que hay es un japonés que anda a la busca y
captura de los secretos de la cerámica. La historia, señor Fraga, nos traiciona
a todos. ¡Una pena!
Revista Andalán. nº 383
José Antonio Labordeta, 3/07/1983
aun2019
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