viernes, 27 de diciembre de 2019

La ermita de la Virgen del Carmen, Teruel




La ermita de la Virgen del Carmen
-José Mª Manuel Cortina, Arquitecto-



Diario de Teruel
Cronica, pag. 3
Teruel, 5 de marzo de 1903

“Se encuentra en nuestra ciudad el inteligente arquitecto Sr. Cortina, que ha venido con el fin de traer a la señora viuda de D. Constantino Garzarán (q.e.p.d.) los planos para llevar a cabo las grandes reformas que trata de introducir en la ermita de la Virgen del Carmen, la cual ha adquirido recientemente por compra a sus propietarios.
Las obras y reformas que han de practicarse, es seguro que convertirán dicho punto en un hermoso lugar, que llamará justamente la atención”.

Nota descubierta por Antonio Pérez en Diario de Teruel del 5-III-1903.

 
José Mª Manuel Cortina López


Cortina y la familia Garzarán

La conexión de Cortina con la ciudad de Teruel se estableció seguramente a través de su madre, Josefa Pérez Esteban, oriunda de la ciudad de los Amantes. Posiblemente los Pérez mantenían buena relación con los Garzarán, familia burguesa turolense dedicada a la banca y a otros negocios que regentaban a caballo entre Teruel y Valencia, pues ya en 1892, recientemente titulado, Manuel Cortina recibía el encargo para intervenir en un edificio que Constantino Garzarán poseía en Valencia.


La primitiva ermita del Carmen

Se tiene constancia de que la primitiva ermita del Carmen ya existía en su actual emplazamiento, junto a la carretera de Zaragoza, una ermita dedicada a la Virgen del Carmen al menos desde el último tercio del siglo XVIII (Martínez Ortiz, 1957).

Con independencia de la antigüedad y de las características y estado de conservación de la construcción primitiva en el momento de formalizarse el encargo, lo cierto es que no se conservó más que el emplazamiento y la dedicación a la Virgen del Carmen, por lo que la obra de Cortina puede considerarse de nueva planta.



La ermita de Cortina

La nueva edificación, construida en 1903, está integrada por diferentes volúmenes que se yuxtaponen a un cuerpo principal que contiene el santuario propiamente dicho. Por delante, orientado al sudeste, el atrio acoge a los fieles bajo un gran arco gótico, mientras que del lado opuesto emerge un pequeño ábside poligonal que conforma el camarín de la Virgen. En el lado norte se halla adosado un sencillo cuerpo bajo y alargado que hace las veces de sacristía. La cara sur, asomada antaño a la carretera, es la única que no presenta añadidos.

A partir de esta configuración se observa que la ermita no se orienta siguiendo la tradición de los templos cristianos de situar la cabecera al este, sino que ocurre más bien lo contrario. Posiblemente la explicación se encuentre en alguno de estos argumentos: el condicionamiento por la posición de la ermita preexistente; la mejor orientación al sudeste, dado el clima turolense, protegiéndose de los vientos fríos del norte; o la disposición de la entrada hacia la ciudad, desde donde acudían principalmente los fieles.

Todo el edificio descansa sobre un sólido basamento de piedra que lo aísla de la humedad del terreno. No obstante, predomina en los muros la fábrica de ladrillo, material que se combina con piedra artificial, unas veces para marcar el perfil de los arcos –en ese caso, el color que recibe es el verde oscuro– y otras para definir elementos ornamentales –sobre fondo azul celeste contrastan piezas menudas en verde y naranja. Los tejados están recubiertos con tejas planas vidriadas en color azul intenso y blanco formando dibujos.

El cuerpo central, de planta cuadrada, es el más esbelto. En cada frente se abre un gran arco ojival, decorado con doble arquivolta de ladrillo, dos hiladas de esquinillas a tresbolillo siguiendo la traza del arco y una moldura exterior. Estos arcos se acoplan perfectamente con las fábricas del atrio y el ábside, mientras que los laterales se cierran con vidrieras enrejadas. Acentuando las esquinas se elevan pilastras –reminiscencia de los contrafuertes medievales–, decoradas con motivos modernistas distribuidos en dos niveles: el inferior, con letras caligráficas, y el superior, con cruces griegas. Los muros de ladrillo se rematan con un friso de proporciones clásicas que libra, al centro de cada cara, un pequeño hueco de iluminación. De aquí arranca la cubierta abovedada de rincón de claustro.

El atrio mantiene la anchura de la nave, aunque es más corto. Se cubre con bóveda de cañón apuntado de la misma fábrica de ladrillo, reproduciendo en el frente la decoración de los arcos del cuerpo central, ahora coronado con una espadaña con campanillo. Repiten las pilastras, pero de menor altura. A las bandas se disponen bancos corridos con huecos enrejados que permiten la entrada de luz al interior.

El ábside es el cuerpo más reducido. De planta pentagonal y completamente ciego, apenas se decora con estrechas bandas de esquinillas.

La sacristía denota gran sencillez, tanto por su concepción geométrica –una simple nave perpendicular al cuerpo central– como por la ausencia de decoración. Se distribuye en dos partes: un distribuidor, más estrecho, que contiene la puerta de acceso, y una estancia rectangular iluminada por tres huecos rasgados. A diferencia de los demás cuerpos, la cubierta se resuelve a dos aguas de escasa pendiente, con teja alicantina.

Entre los motivos decorativos al exterior figuran las iniciales de los apellidos del comitente, don Constantino Garzarán López, así como diferentes símbolos carmelitas. El más extendido es la enseña, que suele ir acompañada por una corona con doce estrellas y una bola con cruz. La recreación de estos símbolos alcanza su máxima expresividad en el remate modernista de la cúpula.

La ermita del Carmen resulta menos interesante puertas adentro. Arquivoltas taqueadas, cabezas de ángeles, inscripciones latinas, vidrieras polícromas, cúpula estrellada y otros motivos decorativos al uso en edificios religiosos se combinan con guirnaldas de flores, un zócalo de azulejo valenciano de tonos azulados y un pavimento de baldosa hidráulica, en una mezcolanza ingenua y un tanto vulgar de materiales, colores y formas en la que sorprende la ausencia de luz natural en toda la bóveda.

De cualquier manera, la concentración del interés creativo al exterior en detrimento de los espacios interiores, propia de la obra de Cortina y, en general, del historicismo, no resulta ilógica en esta ocasión, si pensamos que la ermita era punto de devoción de los fieles, efectivamente, pero que las plegarias se dirigían desde el exterior –en concreto, desde el atrio– y que la puerta principal no se abría más que en contadas ocasiones.

La ermita del Carmen no es ajena a la influencia mudéjar turolense, que se traduce en el hábil manejo del ladrillo siguiendo la tradición local y la inserción de elementos decorativos en color verde. A su vez, las fábricas de ladrillo muestran su ascendencia mudéjar en la gran arcada ojival del atrio, las arquivoltas del cuerpo principal, las fajas de esquinillas repartidas por todas las fachadas o el alero con dientes de sierra de la sacristía.




 Las dos versiones del Proyecto

Si atendemos a la minuciosidad de los detalles, la ermita del Carmen parece corresponder, tal y como ha señalado Antonio Pérez (1998), a la maqueta de un gran templo. Sin embargo, la verdadera escala de la ermita remite a otro tipo de construcciones, bien experimentado por Cortina desde su cargo de arquitecto de cementerios de Valencia. Nos referimos a los panteones (Girbés Pérez, 2010). De hecho, en la colección de maquetas del arquitecto, actualmente en el Museo Nacional de Cerámica “González Martí” de Valencia, el modelo de la ermita pasa desapercibido entre otros de panteones, incluso guarda un sorprendente parecido con algunos de ellos. Estas coincidencias no son casuales.

Cortina diseñó dos versiones distintas de la ermita. La primera está recogida en el proyecto original, que lleva fecha de 31 de enero de 1903, del que se conservan los planos de alzados y secciones. De la segunda versión no nos han llegado dibujos pero sí la maqueta de escayola, ya mencionada, que se corresponde sustancialmente con la realidad construida. Entre ambas propuestas se aprecian tres diferencias significativas.

En la versión más antigua Cortina propuso bajo la ermita una especie de cripta abovedada a la que se accedía por una trampilla situada en el crucero. Justo debajo se encontraba un pequeño recinto iluminado con tragaluces laterales, al que se abrían siete nichos de distinto tamaño ordenados bajo el atrio. Nada de ello se llevó a cabo en la ermita construida.

El más llamativo de los cambios tuvo que ver, sin embargo, con la formalización de la cúpula central. Desafortunadamente, la propuesta inicial era mucho más elaborada y rica que la solución ejecutada. Por encima del coronamiento de los muros se hacía visible la transición de la planta cuadrada del crucero al tambor octogonal, resuelta al exterior con taludes de hiladas escalonadas y en el interior mediante trompas. En cada cara del tambor se abrían sendos óculos de tracería cuadrilobulada. Las aristas del tambor estaban achaflanadas, mientras que la articulación con la cúpula se producía mediante gabletes encadenados, en una fantasía gótico-barroca que recuerda las obras de Guarini. Sobre los vértices de los gabletes se alzaban cruces celtas. La cúpula de ocho caras estaba literalmente coronada con una linterna que permitía una entrada mínima de luz, contribuyendo a conferir al interior una proporción de acusada esbeltez, tanto mayor contemplada desde el vacío inferior de la cripta.

En la versión construida, el sistema de cubrición fue simplificado de modo ostensible. Desaparece el tambor con sus gabletes, lo que obligó a reformar la cúpula que pasaba de ocho a cuatro caras, quedando convertida en bóveda de rincón de claustro. El remate octogonal en coronación se mantuvo, aunque ahora acoplado forzadamente a la bóveda de cuatro caras y sin función de linterna.

La última de las diferencias se refiere al cuerpo lateral alargado del lado norte, que no figuraba en la primera versión.

La divergencia entre las dos propuestas induce a pensar que, inicialmente, el proyecto fue concebido para un uso mixto de templo y panteón. Apuntan en esa dirección dos hechos. En primer lugar, que no aparecen en los dibujos del primitivo proyecto las iniciales del comitente, detalle que, a buen seguro, no se le habría pasado por alto dibujar al arquitecto –extraordinariamente perfeccionista– de haber sido esa la intención. Esta circunstancia podría relacionarse con el destino familiar y no singular de los enterramientos. En segundo lugar, ya aparecen en los planos diversos símbolos carmelitas, circunstancia que descartaría la hipótesis de un encargo para un emplazamiento distinto del actual.

Posiblemente fuera el rechazo municipal o la precipitada muerte del comitente lo que obligó a un cambio de planes, que significaría la adaptación de la ambiciosa ermita-panteón inicial a un templo, igualmente de carácter privado pero sin enterramientos y más modesto, al que finalmente se le adosarían las dependencias para sacristía y habitación del ermitaño.


Fuente: “Una ermita cuasi panteón. Manuel Cortina y la influencia mudéjar en la ermita de la Virgen del Carmen de Teruel”. José Luis Baró Zarzo. Universidad Politécnica de Valencia.







Adaptación al texto: Alfonso Utrillas Navarrete
Fotografías: Turoliense, 2019


aun2019



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