La ermita de la Virgen del Carmen
-José Mª Manuel Cortina, Arquitecto-
Diario
de Teruel
Cronica,
pag. 3
Teruel,
5 de marzo de 1903
“Se encuentra en nuestra ciudad el
inteligente arquitecto Sr. Cortina, que ha venido con el fin de traer a la
señora viuda de D. Constantino Garzarán (q.e.p.d.) los planos para llevar a cabo
las grandes reformas que trata de introducir en la ermita de la Virgen del
Carmen, la cual ha adquirido recientemente por compra a sus propietarios.
Las obras y reformas que han de
practicarse, es seguro que convertirán dicho punto en un hermoso lugar, que
llamará justamente la atención”.
Nota
descubierta por Antonio Pérez en Diario de Teruel del 5-III-1903.
Cortina
y la familia Garzarán
La conexión de Cortina con la
ciudad de Teruel se estableció seguramente a través de su madre, Josefa Pérez
Esteban, oriunda de la ciudad de los Amantes. Posiblemente los Pérez mantenían
buena relación con los Garzarán, familia burguesa turolense dedicada a la banca
y a otros negocios que regentaban a caballo entre Teruel y Valencia, pues ya en
1892, recientemente titulado, Manuel Cortina recibía el encargo para intervenir
en un edificio que Constantino Garzarán poseía en Valencia.
La
primitiva ermita del Carmen
Se tiene constancia de que la
primitiva ermita del Carmen ya existía en su actual emplazamiento, junto a la
carretera de Zaragoza, una ermita dedicada a la Virgen del Carmen al menos
desde el último tercio del siglo XVIII (Martínez Ortiz, 1957).
Con independencia de la antigüedad
y de las características y estado de conservación de la construcción primitiva
en el momento de formalizarse el encargo, lo cierto es que no se conservó más
que el emplazamiento y la dedicación a la Virgen del Carmen, por lo que la obra
de Cortina puede considerarse de nueva planta.
La
ermita de Cortina
La nueva edificación, construida en
1903, está integrada por diferentes volúmenes que se yuxtaponen a un cuerpo
principal que contiene el santuario propiamente dicho. Por delante, orientado
al sudeste, el atrio acoge a los fieles bajo un gran arco gótico, mientras que
del lado opuesto emerge un pequeño ábside poligonal que conforma el camarín de
la Virgen. En el lado norte se halla adosado un sencillo cuerpo bajo y alargado
que hace las veces de sacristía. La cara sur, asomada antaño a la carretera, es
la única que no presenta añadidos.
A
partir de esta configuración se observa que la ermita no se orienta siguiendo
la tradición de los templos cristianos de situar la cabecera al este, sino que
ocurre más bien lo contrario. Posiblemente la explicación se encuentre en
alguno de estos argumentos: el condicionamiento por la posición de la ermita
preexistente; la mejor orientación al sudeste, dado el clima turolense,
protegiéndose de los vientos fríos del norte; o la disposición de la entrada
hacia la ciudad, desde donde acudían principalmente los fieles.
Todo
el edificio descansa sobre un sólido basamento de piedra que lo aísla de la humedad
del terreno. No obstante, predomina en los muros la fábrica de ladrillo, material
que se combina con piedra artificial, unas veces para marcar el perfil de los arcos
–en ese caso, el color que recibe es el verde oscuro– y otras para definir
elementos ornamentales –sobre fondo azul celeste contrastan piezas menudas en
verde y
naranja. Los tejados están recubiertos con tejas planas vidriadas en color azul
intenso y
blanco formando dibujos.
El
cuerpo central, de planta cuadrada, es el más esbelto. En cada frente se abre
un gran arco ojival, decorado con doble arquivolta de ladrillo, dos hiladas de
esquinillas a tresbolillo siguiendo la traza del arco y una moldura exterior. Estos
arcos se acoplan perfectamente con las fábricas del atrio y el ábside, mientras
que los laterales se cierran con vidrieras enrejadas. Acentuando las esquinas se
elevan pilastras –reminiscencia de los contrafuertes medievales–, decoradas con
motivos modernistas distribuidos en dos niveles: el inferior, con letras
caligráficas, y el superior, con cruces griegas. Los muros de ladrillo se
rematan con un friso de proporciones clásicas que libra, al centro de cada
cara, un pequeño hueco de iluminación. De aquí arranca la cubierta abovedada de
rincón de claustro.
El
atrio mantiene la anchura de la nave, aunque es más corto. Se cubre con bóveda de
cañón apuntado de la misma fábrica de ladrillo, reproduciendo en el frente la
decoración de los arcos del cuerpo central, ahora coronado con una espadaña con
campanillo. Repiten las pilastras, pero de menor altura. A las bandas se
disponen bancos corridos con huecos enrejados que permiten la entrada de luz al
interior.
El
ábside es el cuerpo más reducido. De planta pentagonal y completamente ciego,
apenas se decora con estrechas bandas de esquinillas.
La
sacristía denota gran sencillez, tanto por su concepción geométrica –una simple
nave perpendicular al cuerpo central– como por la ausencia de decoración. Se
distribuye en dos partes: un distribuidor, más estrecho, que contiene la puerta
de acceso, y una estancia rectangular iluminada por tres huecos rasgados. A
diferencia de los demás cuerpos, la cubierta se resuelve a dos aguas de escasa
pendiente, con teja alicantina.
Entre
los motivos decorativos al exterior figuran las iniciales de los apellidos del
comitente, don Constantino Garzarán López, así como diferentes símbolos
carmelitas. El más extendido es la enseña, que suele ir acompañada por una
corona con doce estrellas y una bola con cruz. La recreación de estos símbolos
alcanza su máxima expresividad en el remate modernista de la cúpula.
La
ermita del Carmen resulta menos interesante puertas adentro. Arquivoltas
taqueadas, cabezas de ángeles, inscripciones latinas, vidrieras polícromas,
cúpula estrellada y otros motivos decorativos al uso en edificios religiosos se
combinan con guirnaldas de flores, un zócalo de azulejo valenciano de tonos
azulados y un pavimento de
baldosa hidráulica, en una mezcolanza ingenua y un tanto vulgar de materiales,
colores y formas en la que sorprende la ausencia de luz natural en toda la
bóveda.
De
cualquier manera, la concentración del interés creativo al exterior en
detrimento de los espacios interiores, propia de la obra de Cortina y, en
general, del historicismo, no resulta ilógica en esta ocasión, si pensamos que
la ermita era punto de devoción de los fieles, efectivamente, pero que las
plegarias se dirigían desde el exterior –en concreto, desde el atrio– y que la
puerta principal no se abría más que en contadas ocasiones.
La
ermita del Carmen no es ajena a la influencia mudéjar turolense, que se traduce
en el hábil manejo del ladrillo siguiendo la tradición local y la inserción de
elementos decorativos en color verde. A su vez, las fábricas de ladrillo muestran
su ascendencia mudéjar en la gran arcada ojival del atrio, las arquivoltas del cuerpo
principal, las fajas de esquinillas repartidas por todas las fachadas o el
alero con dientes de sierra de la sacristía.
Las
dos versiones del Proyecto
Si atendemos a la minuciosidad de
los detalles, la ermita del Carmen parece corresponder, tal y como ha señalado
Antonio Pérez (1998), a la maqueta de un gran templo. Sin embargo, la verdadera
escala de la ermita remite a otro tipo de construcciones, bien experimentado
por Cortina desde su cargo de arquitecto de cementerios de Valencia. Nos
referimos a los panteones (Girbés Pérez, 2010). De hecho, en la colección de
maquetas del arquitecto, actualmente en el Museo Nacional de Cerámica “González
Martí” de Valencia, el modelo de la ermita pasa desapercibido entre otros de
panteones, incluso guarda un sorprendente parecido con algunos de ellos. Estas
coincidencias no son casuales.
Cortina diseñó dos versiones
distintas de la ermita. La primera está recogida en el proyecto original, que
lleva fecha de 31 de enero de 1903, del que se conservan los planos de alzados
y secciones. De la segunda versión no nos han llegado dibujos pero sí la
maqueta de escayola, ya mencionada, que se corresponde sustancialmente con la realidad
construida. Entre ambas propuestas se aprecian tres diferencias significativas.
En la versión más antigua Cortina
propuso bajo la ermita una especie de cripta abovedada a la que se accedía por
una trampilla situada en el crucero. Justo debajo se encontraba un pequeño
recinto iluminado con tragaluces laterales, al que se abrían siete nichos de
distinto tamaño ordenados bajo el atrio. Nada de ello se llevó a cabo en la
ermita construida.
El más llamativo de los cambios
tuvo que ver, sin embargo, con la formalización de la cúpula central.
Desafortunadamente, la propuesta inicial era mucho más elaborada y rica que la
solución ejecutada. Por encima del coronamiento de los muros se hacía visible
la transición de la planta cuadrada del crucero al tambor octogonal, resuelta al
exterior con taludes de hiladas escalonadas y en el interior mediante trompas. En
cada cara del tambor se abrían sendos óculos de tracería cuadrilobulada. Las aristas
del tambor estaban achaflanadas, mientras que la articulación con la cúpula se producía
mediante gabletes encadenados, en una fantasía gótico-barroca que recuerda las
obras de Guarini. Sobre los vértices de los gabletes se alzaban cruces celtas.
La cúpula de ocho caras estaba literalmente coronada con una linterna que
permitía una entrada mínima de luz, contribuyendo a conferir al interior una
proporción de acusada esbeltez, tanto mayor contemplada desde el vacío inferior
de la cripta.
En la versión construida, el
sistema de cubrición fue simplificado de modo ostensible. Desaparece el tambor
con sus gabletes, lo que obligó a reformar la cúpula que pasaba de ocho a cuatro
caras, quedando convertida en bóveda de rincón de claustro. El remate octogonal
en coronación se mantuvo, aunque ahora acoplado forzadamente a la bóveda de
cuatro caras y sin función de linterna.
La última de las diferencias se
refiere al cuerpo lateral alargado del lado norte, que no figuraba en la
primera versión.
La divergencia entre las dos
propuestas induce a pensar que, inicialmente, el proyecto fue concebido para un
uso mixto de templo y panteón. Apuntan en esa dirección dos hechos. En primer
lugar, que no aparecen en los dibujos del primitivo proyecto las iniciales del
comitente, detalle que, a buen seguro, no se le habría pasado por alto dibujar
al arquitecto –extraordinariamente perfeccionista– de haber sido esa la
intención. Esta circunstancia podría relacionarse con el destino familiar y no
singular de los enterramientos. En segundo lugar, ya aparecen en los planos
diversos símbolos carmelitas, circunstancia que descartaría la hipótesis de un
encargo para un emplazamiento distinto del actual.
Posiblemente fuera el rechazo
municipal o la precipitada muerte del comitente lo que obligó a un cambio de
planes, que significaría la adaptación de la ambiciosa ermita-panteón inicial a
un templo, igualmente de carácter privado pero sin enterramientos y más
modesto, al que finalmente se le adosarían las dependencias para sacristía y
habitación del ermitaño.
Fuente: “Una ermita cuasi panteón. Manuel Cortina y la influencia mudéjar en la ermita de la Virgen del Carmen de Teruel”. José Luis Baró Zarzo. Universidad Politécnica de Valencia.
Fuente: “Una ermita cuasi panteón. Manuel Cortina y la influencia mudéjar en la ermita de la Virgen del Carmen de Teruel”. José Luis Baró Zarzo. Universidad Politécnica de Valencia.
Adaptación al texto: Alfonso Utrillas Navarrete
Fotografías: Turoliense, 2019
Fotografías: Turoliense, 2019
aun2019
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