No
sin razón ha sido bautizada Teruel como la ciudad mudéjar. En verdad, gran
parte de los edificios turolenses están tocados de este estilo. No se piense
que la Catedral es una excepción, muy al contrario; en prueba de ello
escribimos las palabras del ilustre decano de la investigación artística en
España, señor Lampérez: "Si este monumento se conservase completo y sin
alteraciones, fuese caso único, sin duda, de un templo episcopal de estilo
mudéjar".
"Mundayyan"
o mudéjares, tributarios o sometidos, debió de haber muchos en Teruel recién
conquistado; convivieron con los cristianos en ambiente de cordialidad y de
paz, tan sólo separados por sus creencias religiosas; su promiscuidad y
libertad fueron excesivas, ya que San Vicente Ferrer, en su visita de 1412
trató de evitarlas- Jaime I y Alfonso I V les dieron leyes protectoras. En
Aragón hubo muchos pueblos habitados completamente por moriscos tributarios de
los nobles propietarios de tales términos. Los moriscos turolenses destacaron por
la industria de la cerámica, de tan rancio abolengo que el Fuero en 1176 tuvo
que reglamentar los precios de "ollas, cántaros y demás vasos", por
lo que con evidente acierto los eruditos turolenses han destacado la prioridad
cronológica de esta cerámica sobre la valenciana de Manises y Paterna. Otra
ocupación de los mudéjares turolenses fue el arte de la construcción, según
constatan ciertas cuentas del Consejo municipal, participando no sólo los
maestros o peritos, sino hasta las mujeres y los niños.
Teruel
continúa siendo mudéjar por herencia y apego natural al estilo, llegando a ser
hoy día un determinante estético de su paisaje. Lo mudéjar pervive en múltiples
formas hasta nuestros días. Todo lo cual demuestra que la vieja definición de
lo mudéjar (ha un siglo incorporada al diccionario artístico) como la creación
artística del pueblo sometido para solaz del vencedor es falsa, por confundir
lo estético con lo étnico. Con razón ha dicho el crítico señor Gustavino en su
nueva visión del mudejarismo: "Un estilo se determina por sus
características propias y no por los artífices... No olvidemos que si bien el
arte llamado mudéjar se inicia y desarrolla por medio de los artífices
musulmanes de los reinos cristianos, no queda como patrimonio exclusivo de esta
clase social, sino que es realizado también por manos no islámicas, y perdura a
través de los tiempos cuando no existían mudéjares en España, llegando a
Hispanoamérica".
A
continuación vamos a tratar de los monumentos más netamente mudéjares de
Teruel: excluyendo la Catedral.
San
Pedro
Esta
iglesia existía ya en 1196, mas no sabemos nada de su primitiva fábrica. Lo
primero que admiramos en su torre, hermana menor de la de la Catedral y carente
del sentido plástico de aquélla; su remate fue desfigurado en el siglo XVIII por
una irreverente reforma; afortunadamente, no ha mucho, se la ha vuelto a su
prístina forma. Sigue el modelo de las torres turolenses: planta rectangular,
dar paso a una calle bajo su bóveda de cañón apuntado y el adosarse a los pies
de la iglesia.
Una
cornisa la divide aproximadamente en dos partes iguales. Hasta la imposta del
arco de la calle es de piedra y el resto de ladrillo en aparejo a soga. De
abajo arriba apreciamos una franja de esquinillas con columnillas de cerámica
lisa. Bajo la cornisa se encuentra una arquería ciega de arcos entrelazados, románicos,
apoyados en columnas de piedra, de bases cúbicas y capiteles decorados con
meandros y cruces inscritas en círculos o motivos estilizados; no tienen la
finura, delicadeza y esbeltez de sus similares de la Catedral, pero son auténticamente
primitivos por no haber sufrido restauración; los arcos entrelazados en aquélla
eran de piedra, aquí son de ladrillo.
El
segundo cuerpo ostenta dos ventanas de triple arquivolta y columnas en los
codillos; ambas están encuadradas bajo arrabá, que corona un friso de esquinillas
con columnillas de cerámica lisa. El remate lo forman dos ventanales
ajimezados, separados por machón central,, con su correspondiente arrabá. La
cerámica incrustada abunda en su terminación, pero carece del poderoso sentido
cromático que presentan las otras torres. No sabemos si acababa igual que la de
la Catedral, por la reforma que sufrió en 1795, parece probable que así fuera.
Se desconocen datos acerca de su construcción, pero se le viene asignando la
época de la torre de Santa María de Mediavilla o algo posterior.
Se
completa la visita exterior con la admiración del ábside del templo, desde la
confluencia de la calle Caracol. E l dicho elemento de esta fábrica
gótico-mudéjar tiene siete lados; su decoración es un friso de apeos
mixtilíneos, que descansan en pilares de ladrillo, y forman recuadros; fajas de
esquinillas, arriba y abajo de la arquería, con el ingrediente de la brillantez
cromática de las incrustaciones cerámicas completan la cabecera del templo de
Los Amantes. Se ha aumentado la resistencia de los contrafuertes, haciéndoles
acabar en torreones octogonales, a manera de pináculos, que presentan en la
parte superior cerámica estrellada y líneas en flecha. Como en otras iglesias
gótico-mudejares de Aragón ha sido el ábside lugar privilegiado para que el
artista vuelque su fantasía decorativa. La falta de colorido de la torre se ha
cubierto aquí cumplidamente.
Interiormente
se trata de una fábrica gótica, con una amplia nave, que casi alcanza los
quince metros de anchura, sin crucero y con capillas hornacinas. La cubrición
es de crucería, a base de dos nervios diagonales, apeados en columnas que no
llegan al suelo, las cuales a su vez se apoyan en canecillos decorados con
motivos florales; las capillas laterales se sitúan entre los contrafuertes, son
más bajas que la central, con bóveda sencilla de ojivas; sobre cada capilla hay
un ventanal gótico, ajimezado, sobremontado de óculo con rosetón. Este tipo de
planta procede de Cataluña y del Sur de Francia, de donde debió de llegar aquí
durante el siglo XIV. Bóvedas y muros fueron decorados en el siglo pasado, sustituyendo
la noble severidad de la cantería gótica por el ambiente irreal de unos motivos
y colorines en serie, que aumenta la luz policromada que vierten las vidrieras.
El
altar mayor nos asombra con su gigantesco aparato, tallado en madera, que
tradicionalmente se viene atribuyendo al entallador francés Gabriel Yoly, pero
Gómez Moreno lo da como de Juan de Salas y el historiador germano Weise lo asigna
a los seguidores de Yoly. Se debió de realizar en los primeros años del segundo
tercio del siglo XVI. Tiene cuatro cuerpos, tres calles y cuatro entrecalles,
guardando una disposición parecida al de la Catedral. En el banco, bajo
hornacinas de arco escarzano y aveneradas, están los grupos del Beso de Judas,
la Flagelación, la Oración del Huerto y el Lavatorio de los pies; cada
hornacina está sobremontada por un medallón con resaltante y nerviosa cabeza,
y, entre ellas aparecen figuras sueltas apoyadas en pedestal formado por dos
columnas cubiertas de grutesco. Sin duda sé halla aquí lo más logrado en
actitudes y trajes, invadiendo a cada composición un aire de profunda tragedia,
que aborrasca las cabelleras de las inmejorables cabezas. Ningún grupo supera
al de la Flagelación, en el que sé ha prescindido de toda anécdota, destacando
en su centro la musculatura de Cristo maniatado, entre la agresividad de los
soldados.
La
hornacina de la calle central está dedicada a San Pablo en su cátedra, que
coronan los blasones papales entre ángeles tenantes: verticalmente siguen la
Coronación de la Virgen y un Calvario completo, rematado por un frontispicio de
vuelta redonda y busto del Padre Eterno. La calle de la Epístola: la
crucifixión de San Pedro, el milagro del paralítico y la predicación de San
Pedro en Jerusalén; finalmente la calle del Evangelio ostenta el "Quo
Vadis", la aparición de Cristo a San Pedro y la Ascensión del Señor; el
remate de ambas calles laterales es de sendos frontispicios de vuelta redonda
con busto. Las figuras de los intercolumnios o entrecalles son santos y los
Evangelistas.
Del
mismo estilo son un relieve de la Cena, a espaldas del dicho altar mayor, el
frontal del mismo, dorado en 1909, y dos relieves: el "Quo Vadis" y
un ángel liberando a San Pedro. Desencaja del gran retablo su enorme
ostensorio, obra ya del barroco. Los restos del antiguo tabernáculo se guardan en
la Sacristía.
En
el lado de la Epístola se halla el retablo de San Cosme y San Damián, en la
llamada capilla de los Amantes, ya que en 1555 fueron halladas en ella las
momias de los protagonistas de la más bella historia de amor, que ha hecho
famosa a esta ciudad insignificante. La cofradía de médicos y cirujanos turolenses
está ligada a la historia del templo: sus ordenanzas las redactaron reunidos en
el claustro de la iglesia en 7 de septiembre de 1634. La obra tiene el sello
inconfundible del maestro picardo, pero, además, existe un documento de 1537 en
el que habla Yoly del retablo que ha hecho para tal cofradía. Los relieves del
banco nos narran el milagro de la pierna y el martirio de los titulares, pero
ninguno tan emotivo como la Piedad central, invadida por una ternura y un
sentimiento de dolor que nos encanta. La hornacina central muestra a los
titulares en tamaño natural y elegantes posiciones, cuyo atuendo nos evoca a
dos sabios renacentistas; el ritmo de esta simbólica composición lo completan
los grutescos de las enjutas y de las columnas que la encuadran. San Lucas y la
Magdalena ocupan las calles laterales, estando sobremontados por dos clípeos
con las figuras de la Anunciación, una a cada lado, en sustitución de los
medallones que ideó en anteriores composiciones. El Calvario en óvalo, que
remata la composición, hace esta obra la más feliz de cuantas trazó en serie
menor. Amorcillos portadores de escudos flanquean los extremos superiores.
En
el mismo lado de la Epístola, el Obispo Pérez Prado erigió la profunda capilla
de la Concepción (1732-1755). Lo más interesante de ella es el retablo de
Bisquert, obra de pincel que representa al anciano venerable San Joaquín
conduciendo a la Virgen de la mano; en el ángulo inferior hay una joven en
actitud orante, que sin duda debe de ser la donante. Está encuadrado por
columnas estriadas con tercio inferior decorado, más los blasones de la familia
turolense Aquavera (jarra bajo yelmo) en relieve sobre el basamento. Dicho retablo
lleva la signa: "Inventor Anto Bisquert et Pinxit 1646". Es la obra
más autorizada del lote de pinturas que este discípulo de Ribalta dejó en las
iglesias turolenses. Establecido aquí en 1620, murió el mismo año que ejecutó
esta obra.
San
Martin
La
iglesia se cita como existente en 1196. En ella se celebraron las Cortes del
Reino en 1428, tan desagradables para la ciudad. Este rincón es uno de los que
más historia rezuman: el Portal de Andaquilla, por donde entró ansioso el infortunado
amante Diego, y en torno a esta plaza, tan modernizada, se levantaron la
iglesia de Santiago y el Seminario. Pese a los arañazos del tiempo aún se
mantiene enhiesta la hermosa torre para delicia y solaz de nuestros ojos.
Soberbio ejemplar mudéjar, el estilo que según Menéndez y Pelayo era "el
único tipo de construcción peculiarmente español de que podemos
envanecernos". Si las torres de la Catedral y San Pedro, como más antigua,
presentan una clara vinculación al románico de ladrillo, ésta y la del
Salvador, más tardías y de semejante composición, muestran en todo su esplendor
el mudejarismo turolense; estos alminares cristianos no tienen semejante en
todo el ámbito hispánico y superan a los minaretes de las mezquitas
norteafricanas, formando la serie menor frente a los modelos excepcionales: La
Giralda, la Kutubiyya de Marrakus y el alminar de Hasán, venerables reliquias
de los artes almoravide y almohade. Las consideraciones estéticas
hechas a propósito de la Catedral deben tenerse aquí presentes, pues el
presente modelo es más puro por no tener adulterada la coronación.
La
torre tiene planta cuadrada y da paso a una calle bajo su bóveda de cañón
apuntado. Verticalmente se la puede considerar dividida en fajas y entrefajas,
siendo estas líneas de dientes de sierra o esquinillas. La primera faja está
formada por una arquería que acaba en losange; las columnillas son de cerámica
de nudos, con cilindros verdes y anillos blancos. Un paño de azulejos
estrellados, en tres filas, enmarcado por filete de piezas en forma de flecha,
con alternancia de los colores blanco y verde. Sigue otro paño con dos fajas de
lazos ochavados. Bajo las ventanas un paño semejante al primero, ya descrito.
Los vanos son de medio punto y cuádruple arquivolta escalonada. Antes de llegar
al cornisón mensulado del primer cuerpo se suceden fajas de azulejos, de
columnillas de cerámica y una arquería ciega y mixtilínea.
En
el cuerpo alto o campanario propiamente dicho continúan los machones de los
esquinales, más otros en el centro de cada lado, que originan dos pares de
ventanas amaineladas en cada cara; las del cuerpo inferior son de arco apuntado
y doble vano, mientras que las superiores tienen arco de medio punto y cuatro
huecos; los maineles son octogonales y dotados de sencillo capitel. Tras de una
última faja de columnillas de cerámica se alcanza el alero, que se apoya en
mensulado corrido. Las almenas, aunque posteriores, contribuyen a darle
carácter. La cerámica incrustada es de gran variedad de formas: estrellada,
ajedrezada, platos, cuencos, etcétera; los colores más corrientes son el blanco
y el verde. Está fechada en tiempos del juez turolense Juan de Valacloche (1315-1316).
Hasta el presente ha sufrido tres restauraciones. La primera, en 1549, necesitó
todo el talento del arquitecto e ingeniero francés Quinto Pierres Vedel, pues
la torre se inclinaba al ceder el terreno falso en que se asienta; luego de
cimentarla, la dotó del antiestético talud de piedra. En 1926 el arquitecto
Guereta dirigió otra restauración, y finalmente en nuestros días ha habido que
borrar los impactos de la metralla que ocasionó la última contienda civil.
La
actual fábrica de la iglesia data de fines del siglo XVII. Tiene tres naves y
gir0la, con bóveda de cañón y lunetos en el centro, y de arista en las naves
laterales. De su interior solamente algunos cuadros merecen nuestra atención;
en la nave del Evangelio están San Sebastián y San Pablo, que Ponz dio como
copias de obras de Carracci y Guercino, respectivamente; en la nave de la
Epístola, frente a la sacristía, hay un lienzo de la Santa Doctora Teresa,
sentada ante mesa de estudio y con los donantes en primer término, que se
atribuye a Bisquert, discípulo de Ribalta y feligrés de esta parroquia. Más
interés encierra otra atribución al mismo que se guarda en la sacristía; se
trata de un retablo con banco y un cuerpo y tres calles entre columnas
corintias estriadas; abajo figuran
San Miguel luchando con el dragón, la Oración del Huerto y San Bernardo; en los
guardapolvos y cuerpo central: Santa Lucía, Santa Catalina Mártir, San Jerónimo
Penitente, San Agustín (de pontifical), Santa Mónica orando, Santa Marta y
Santa Bárbara. Dentro del estilo de Bisquert hay dos cuadros más: Cristo
pendiente de la Cruz y contemplado por las Marías, y el Padre Eterno apoyando
la mano izquierda sobre un globo. El retablo del altar mayor fue costeado por el
Obispo Lamberto López (1701-1717).
Parroquia
citada ya en 1196; a fines del siglo XIII fue construida, de nuevo hasta que
se hundió en 1677; poco después de esta última fecha se debió de erigir la
actual construcción que conserva el estilo de fines del siglo XVII.
Interiormente tiene una amplia nave y capillas hornacinas; las bóvedas son de
lunetos, y tanto éstas como los muros están profusamente decorados por leve
estucado a manera de esgrafiado. Aunque carente de valor artístico hay que
citar el Cristo de las Tres Manos, por su extraña iconografía, objeto de tantas
discusiones; la tercera mano, que muestra en el costado, se debe a que formó
parte de un grupo, mas no inspirando devoción por ser tan horribles las figuras
acompañantes, cierto Obispo ordenó quitarlas. El antiestético Cristo goza de
gran devoción entre los turolenses y está, relacionado por diversas leyendas piadosas
con la historia de la ciudad.
Su
torre es la hermana menor de la de San Martín, que la supera en belleza y
proporciones; en ambas se recreó la fantamorisca bordando complicados tapices
con ladrillo y cerámica. No está fechada con certeza, pero parece algo posterior
que la de San Martín por los rasgos estilísticos. Documentalmente sabemos que
en 11 de abril de 1277, el Obispo de Zaragoza, don Pedro Garcés, concedió
licencia al sacerdote Jaime Navarrete para que pidiese limosna en favor de la
construcción del "campanar" de El Salvador; con todo cabe pensar que
la obra debió de durar hasta los primeros años del siglo XIV. Dada la semejanza
compositiva con la de San Martín debieron de intervenir los mismos artistas, a
los que la musa popular ha unido en una leyenda de trágica rivalidad.
La
planta es cuadrada y bajo la bóveda de crucería se da paso a una calle,
modalidad muy turolense. Consta de varias fajas, enmarcadas por líneas de
azulejos, y entrefajas, que suelen ser esquinillas. De abajo arriba apreciamos
un friso de dientes de sierra, la arquería ciega con losange más desarrollado que
en San Martín, lo mismo sucede con la faja de estrellas ochavadas en lazo. Los
ventanales con arco de medio punto acentúan su decoración por medio del doble
friso de ladrillo en zig-zag, aunque estas fenestras, comparadas con la de su
hermana, desmerecen por la falta de proporciones. El losange que hay bajo el
cornisón mensulado está aquí también más desarrollado. El cuerpo superior con
sus ventanales amaínelados y las incrustaciones cerámicas es en todo semejante al
de la ya citada torre. Únicamente cabe destacar las almenas de la coronación,
doblemente desarrolladas, según la tónica general de esta torre.
Bibliografía
Galiay
Sarañana. Arte mudéjar aragonés. Zaragoza, 1950.
Iñiguez
Almech. Torres mudéjares aragonesas. En archivo Español de Arte y Arqueología.
1937.
Torres
Balbas. La arquitectura mudéjar en Aragón. En Archivo Español de Arte. 1952.
Caruana
Gómez de Barreda. Notas sobre la cerámica turolense. Revista Teruel, número 5.
Navarro
Aranda. La arquitectura mudéjar de Teruel. Revista Teruel, número 10.
Sebastián
(Santiago). Guía de Teruel (inédita).
Revista Aragón
Zaragoza, junio de 1959
Texto: Santiago Sebastián
aun2017
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